martes, 10 de febrero de 2015

Capítulo 16

Era el año 1184, el año que pasó todo.

Los magos se habían extinguido y uno nuevo se había erguido. Richard era el único mago del mundo y sólo él sabía ese secreto. Turdland y Lakslane estaban en guerra con Strawgoh y habían llegado a su punto culminante. Habían caído muchos, las ciudades se habían quemado y los caminos ya no eran seguros. Todos sabían, todos estaban seguros que el siguiente ataque lo acabaría todo. Arya debía morir. Keithl, el rey que surgió entre bandidos y llevó a Lakslane a la paz para luego llevarlo a la guerra, había muerto. Richard fue coronado rey en una  ceremonia sencilla y con pocos testigos.
      Richard estaba sentado en su trono, con la corona mal colocada y su vara en el suelo. Pensaba en su hermano, aquel a quien no podía recordar desde hace años, aquel que durante estos últimos años significó su familia, su mejor amigo. Keithl había muerto y Richard rompió a llorar. Había consultado su libro de magia, desde la primera página hasta la última. No había ningún hechizo para volver a la vida a los muertos. Se desesperaba, no por impotencia, sino por profunda tristeza. Christine entró en la sala, cruzó el pasadizo, se acercó a su trono y le besó con ternura en los labios. 
      No tuvieron que decirse nada, dos días antes lo supieron todo con una mirada. Se fundieron en un abrazo, en un beso, y luego uno en el otro. Ni siquiera ese amor que por fin podían disfrutar hacía más pasajero ese dolor.
     Richard se imaginó a Keithl, rodeado de guerra y muerte y encontrándose con Arya. Imaginó como sus miradas se cruzaron y mientras Keithl pensaba en cuánta la quería y cuánto le costaría atravesarla con su espada, ella simplemente le mató. Sin dudar, sin sentir remordimiento, sin saber que mataba al único hombre que seguramente le amó de verdad. Richard pensó que el mundo era horrible y que desde que Keithl era mil veces peor, que la corona le pesaba demasiado y que necesitaba echar todos los hechizos que conocía sobre Arya. Nunca había odiado nunca a alguien. Se imaginó crucificando a todos los soldados de Strawgoh, del primero al último. La idea no le desagradó y cayó sobre el suelo, débil y desolado. Christine se abalanzó sobre él y le envolvió con fuerza entre sus brazos, ni siquiera su calor apartó ese frío gélido de su corazón. Notó las lágrimas de Christine en su nunca, ella también lloraba. Keithl siempre fue alguien increíble, lo supo desde la primera vez que le vio. Pensó en Acantha, y Skar, y Jack, y los compañeros de Keithl.  Acantha llevaba dos días a la puerta de la sala real, sin comer ni dormir, ¿cómo podía una persona tan joven aguantar tanto dolor? Sabía cuánto quería Acantha a Keithl, y... ella era fuerte, muy fuerte. La había visto luchar, era rápida y gentil como Keithl. Jack, Skar, Iago... todos los ciudadanos y hombres que en teoría servían y luchaban por Keithl, ninguno pudo protegerle. Culpables, eran culpables de la muerte de su hermano. Se imaginó ahorcándolos a todos, del primero al último.
      Y la idea no le desagradó.
      -¡Richard!
      El grito de Christine le devolvió a la realidad.
     -Cariño... sé que es duro, sé que es difícil, pero tenemos que prepararnos. Arya...
     -Lo sé.
     Sin decir una palabra más, Richard se levantó y dejó la sala real a sus espaldas.
Desde que volvió de la isla de los magos no podía prácticamente hablar. Desde que perdió a su hermano. Estaba decidido a pasar sus días en su habitación, encerrado y solo. En el consejo real, discutiendo el nuevo ataque contra Arya y el que debía ser el último, Richard ya no actuaba como jefe del a Guardia Real.

Ahora era el rey Richard de Lakslane. Aunque Lakslane había desaparecido con la muerte de Keithl. Richard, aún decidido, se declaró a Christine una vez coronado y le pidió matrimonio. Ella no dudo ni menos de un segundo en aceptar y decirle que le correspondía. Christine y Richard se amaban con locura, y como rey y reina habían fundado un nuevo reino: El reino de Lakslane y Turdland, un país tan grande como Strawgoh. Ahora el mundo se dividía en dos.
       Richard estaba casado con el amor de su vida y era rey de un territorio inmenso, más grande de lo que nunca podría soñar. Daría la corona a cualquiera a cambio de Keithl.
      En el consejo real el rey Richard no intervenía. Aceptaba cualquier propuesta y simplemente decía que debían acabar rápido con Strawgoh. Había prestado los folios con los hechizos básicos a un par de maestros de lucha, les había explicado los conceptos básicos de la magia y les dijo que eligieran a cien soldados fuertes y les enseñaran esos hechizos. Luego, no volvió a ver esos hombres, el único contacto que tenía con la magia eran las horas que pasaba encerrado estudiando el libro, que guardaba en secreto, para aprender poderosos y nuevos hechizos. Quería vengarse.
      En el último consejo fijaron la fecha, de aquí a una semana avanzarían con todo el ejército y los 100 soldados ya preparados para usar la magia, y atacarían a Arya. Acabarían la guerra. Richard dijo que le parecía bien, besó a su reina delante de todo el consejo y se marchó sin decir más palabras. A mitad del pasillo, chocó con alguien.
       -Oh, Rich... su majestad, lo siento.
     Acantha había salido un momento a comer. Llevaba una túnica mal colocada y sucia, el pelo recogido en un moño y la cara roja. Había estado llorando. A Richard no le dio pena.
      -Hola, ¿a dónde vas? -intentó ser simpático.
      -Quería ir a la sala del Consejo, ya estarán allí los otros, quisiera... ayudar más.
      Richard mutó a un rostro extremadamente severo.
      -No tienes permiso.
      -¿Qué? -preguntó Acantha, sorprendida.
     - No puedes estar en el consejo. Ni tú, ni tus mujeres, ni tus ex compañeros rebeldes. Sólo yo, el rey. También mi reina y nuestros consejeros. Nadie más.
      -¡Richard! -Acantha elevó su voz.
     -¡Muestra respeto a tu rey! -La joven retrocedió, sorprendida, y asustada. Quiso plantarle frente, pero percibió peligro en su amigo. Le puso una mano en el brazo, para decirle que entendía y compartía su dolor. Richard se la apartó de un manotazo. - Ten cuidado, niña, ya no puedes tocarme así como así. Soy el rey, las cosas han cambiado. El consejo ha decidido ya el día del ataque, de aquí una semana, es todo lo que debes saber. Prepara a tus mujeres y marcha con el resto del ejército en el día acordado. Si no estás ahí... se te considerará una traidora. Por no acatar las órdenes del rey.
     Richard no dudó en ninguna de las palabras que había pronunciado, lo veía lo justo y lógico. No podía meter a esos salvajes en las reuniones del consejo. Acantha soltó una sonora carcajada.
      - Iré a la batalla -su mirada ardía con rabia y orgullo- tanto yo como mis chicas, porque queremos la paz. ¡Porque era por lo que Keithl y el resto lucha! Yo no obedezco a reyes, sólo cumplo mi deber como persona decente.
     Acantha le dejó ahí plantado, y se fue con una energía y vigorosidad que no tenía cuando se habían encontrado. Richard pensó si debía ordenar apresarla por esa forma de hablarle, pero pensó que la necesitaban para la batalla. Suspiró con desagrado y siguió hacia su habitación.

Skar estaba en la cocina, solo, bebiendo whisky. Pasaba los días entrenando, bebiendo y llorando. Keithl fue como un hermano para él, le mostró lo que fuerte y listo que podía ser. Skar nunca se había sentido tan importante y querido hasta que conoció a Keithl. Y ya no estaba. Cogió la botella y fue a servirse otro vaso cuando la puerta se abrió de golpe. Acantha entró, sin verle, fue a la repisa y cogió la primera botella que vio. La abrió y se bebió la mitad de ella en un minuto. Skar la miró, sorprendido, y se acordó del día que Puck murió. Acantha, que era una niña y no paraba de llorar se pasó ese día bebiendo y casi monta una pelea de bar. Skar se alegró al ver que por mucho que hubiese cambiado, seguía siendo aquella niña que se creía más lista que nadie. El bandido se sorprendió al notar que sonreía. Acantha giró la cabeza, y le vio ahí sentado, sin decir nada se acercó a él y se sentó a su lado.
       Cogió el vaso de Skar, se sirvió el whisky y bebió.
     -¿Puedes creerte lo que me ha dicho Richard? -dijo Acantha, prácticamente gritando, con las mejillas coloradas y golpeando la mesa con el vaso-. Que no podemos ir al consejo, que vayamos a la guerra o nos apresa por traición, que Keithl se equivocó... ¡Que no puede fiarse de unos rebeldes! -bebió otro vaso y golpeó de nuevo la mesa- ¿Quién se ha creído?
      -Mmmh... ¿el rey de este nuevo país que acaba de formar con Christine? -Skar sonreía al mirarla, no podía evitarlo. Estaba muy guapa cabreada, pero a la vez daba algo de miedo.
     - Bah, el rey... ¡Keithl era un gran rey! ¡Quería derretir los tesoros reales para bajar impuestos! -Acantha soltó una tímida sonrisa de aprobación hacia su difunto amigo-. Y ese... ¡estúpido! ¡Bah, el rey! -tiró el vaso contra la pared y se levantó de golpe-. Richard ha cambiado, no por ser rey. Desde que volv
       -Acantha, tranquila -Skar le puso una mano en la cintura-. Ha muerto su hermano
     -¡Ooooh! ¡Ha muerto su hermano! -gritaba con tono burlesco y andando en círculos por la cocina-. El pobre rey Richard, casado con Christine que tiene un polvo y medio, ha perdido a su hermano... ¡Ya no tiene nada! -Acantha elevaba cada vez más la voz y sus palabras cargaban rabia- ¿Sabes quién no tiene nada? -Acantha se dirigió a Skar y le miró fijamente, muy cerca de él. La túnica empezó a pegarse al cuerpo, por el sudor, y Skar no pudo, de nuevo, evitar fijarse en cuánto había crecido su amiga- ¿Sabes quién ha estado años durmiendo en bosques, sola? ¿Quién ha estado pidiendo ayuda puerta por puerta? ¿Quién ha tenido que huir de pueblos enteros? -Acantha se acercó más y Skar se puso rojo, pudo notar la forma de sus pechos bajo la túnica. Notaba su respiración, notaba su cabreo- ¡Yo!
      -Me tienes a mí, a Jack...
     -¡Y pocos más! Ha muerto Min, ha muerto Men, y todos los que perdisteis antes... -Acantha se puso recta y echó la espalda atrás, Skar empezó a notar una tensión en los pantalones- Por muchos amigos y compañeros que hayáis perdido, aún os tenéis los unos a los otros. Richard tiene a su esposa, a su reino... Yo, sin Puck y Keithl.
      Skar se levantó y se tambaleó un poco por la mirada. El pelo rojo le caía sobre los hombros.
      -Me tienes a mí -dijo con decisión
      -Skar...
      -Yo estoy contigo.
      -No tengo familia.
      -Yo soy tu familia.
      -No...
      -Y tú eres mi todo.
      Acantha notó con se calmaba y se ponía nerviosa a la vez. Como su corazón se relajaba y a la vez se aceleraba. Se acercó a Skar, todo lo que pudo, y se sonrojó.
       -¿Me quieres? -preguntó, por primera vez desde que la conoce con una voz inocente.
       -Eres lo único que me permite superar cada mañana, Acantha.
     Acantha empujó con el brazo a Skar y le sentó en la mesa. Se abalanzó sobre él y le beso, no con ternura. No fue un beso dulce y romántico. Fue un beso de rabia, de dolor, fue un beso reprimido durante años. Acantha siempre se sintió demasiado poco, demasiado niña para Skar. Cuando ella se volvió una mujer, aunque era una extraordinaria a los ojos del bandido, le costaba despegarla de esa imagen de niña. Ahora, que por fin ambos habían roto esas ligaduras, se lanzaron el uno al otro. Literalmente.
     Acantha cogió la camisa de Skar, se la quitó y estudió el cuerpo del bandido. Pasó sus manos y su lengua por él, desde su cuello hasta... abajo. Le mordió el cuello, y a Skar le gustó. Skar le agarró el trasero y pensó que por fin podría decírselo.
     -Por dios, ¿desde cuándo estás tan buena? -sonrió, por fin sinceramente.
     -Skar... yo siempre he estado rematadamente buena -Le agarró la polla por encima del pantalón-. Seguro que si hubiese tenido un par de años más cuando me secuestrasteis me habrías-
     Skar no le dejó acabar, la besó con fuerza y ella no le soltó el miembro, y eso le ponía a él cada vez más y más caliente. Skar la cogió y la giró a su alrededor, la sentó en la mesa y empezó a besarla y morderla. El labio, el cuello, y los pechos. Le subió un poco la túnica y le besó las piernas.
     -Skar, querido, llevo años rodeado de hombres y mujeres maduras y nunca me ha follado nadie, deja de besarme las piernas y cómeme el coño, joder.
     Agarró el pelo rojo de Skar, se subió la túnica y la plantó la cara en su coño. El bandido mostró una buena técnica y Acantha dejó caer su espalda sobre la mesa y dejó que él la devorara. Y lo disfrutó.
     Cuando acabó, prácticamente sin levantar la cabeza, Skar le agarró la túnica y se la quitó. O se la arrancó. Y por primera vez, observo el cuerpo adulto y desnudo de Acantha. La piel negra brillaba por el sudor, tenía la piel de gallina y los pezones duros. Acantha era pequeña, muy bajita y delgada con pechos firmes y redondos, y Skar los mordió con fuerza o los besó. Acantha agarró a Skar por la nuca y lo acercó a ella, le quitó los pantalones de golpe y sin esperar más, él la penetró. Empezó a embestirla y la agarró del cuerpo entero para acercársela más. Quería notar cada centímetro. Oler su pelo, besar su boca, notar su todo. Acantha golpeaba con fuerza la mesa con la palma de la mano, gritaba sin preocuparse que otros le oyesen y maldecía sin parar. Skar vio que estaba enfadada, y que se desahogaba con él. Intento bajar el ritmo para que ella se calmara y se centrara en él. Apenas lo pensó, Acantha le agarró por la cintura e hizo que la penetrara con fuerza.
     Toda ella le gustaba. La chica le pidió cambiar de postura porque se le dormían las piernas ya que Skar la sostenía en el aire. Él ni se había dado cuenta de la postura en la que estaban. Le pidió con ternura y una voz duce que se tumbara en la mesa. Skar le hizo caso, Acantha puso una pierna a su lado y pasó la otra por encima, colocó sus manos sobre su pecho y bajó las caderas. Skar notó como la penetraba y Acantha empezó a mover las caderas con gracia hacia adelante y atrás. Él le agarró un pecho, y ella le cogió las manos y le estiró los brazos atrás mientras sonreía. Skar sentía que iba a explotar y lo hizo dentro de ella.

Estuvieron en silencio, sobre la mesa de la cocina, acariciándose. Estaban bien, aunque pareciese imposible. Acantha se enderezó y se puso la túnica, Skar hizo una mueca. El bandido se puso el pantalón y ella se le acercó y le abrazó. Skar soltó la camisa y le devolvió el abrazo, con fuerza. Se abrazaron de tal forma que parecía que en cualquier momento iban a fundirse uno en el otro, Skar notó húmedo el pecho. Acantha lloraba.
        -Gracias -dijo ella.
        -¿Tan bien lo he hecho?
        Acantha despegó su cabeza del pecho de Skar y le miro, los dos se sonrieron.
     -Sí, pero... gracias por estar conmigo -Acantha se estiró y le besó, con infinita ternura-. Te quiero tanto que podría morirme.
      -No quiero que luches la semana que viene.
      Acantha no sonrió, ni frunció el ceño.
      -¿De verdad crees que puedes convencerme de no hacerlo?
      -No. Pero, no soportaría perderte.
      Acantha le agarró la mano y se la acarició con el dedo.
      -Voy a luchar, porque es lo que quiero. Lo he decidido. No por Turdland o Richard. Voy a luchar para cortarle yo misma la cabeza a Arya. ¡Y como me intentes colocar en una posición de damisela sumisa, te la arranco de un bocado!
     Skar asintió, y le dijo que tal vez no era mala idea. Acantha se mordió un labio, sonriente, y se arrodilló frente a él.

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