sábado, 31 de enero de 2015

Capítulo 13

Acantha rompió la tregua de esos dos años, y empezó la guerra oficialmente. La primera batalla, en el día 20, hizo caer 5 millones de guerrilleras sobre un campamento enemigo. La mayoría de ellos no tuvieron tiempo ni de guardarse la polla mientras meaban.
     Unas millas al oeste, sólo una hora después, Jack y Skar comandaban un enorme ejército de soldados de Lakslane, y bandidos al frente. Cayeron sobre tres campamentos enemigos, y los aniquilaron.
     Al norte, Keithl y Christine llevaron la mayoría de sus tropas sobre el grueso enemigo, y una batalla que duró una semana recortó considerablemente el número de batallantes, tanto del lado de ellos como del enemigo. Richard insistió, antes del ataque, en acompañar a Christine para protegerla. Acantha dijo que ahora no era momento de imponer su poder de pene, que ya no era el guarda personal, sólo otro oficial del ejército. Christine recordó a Acantha quién tenía poder real sobre los ejércitos, y dijo a Richard que él tenía otra batalla que llevar. Richard atacó al sur, y se dice que golpeaba con tanta fuerza y rabia, que llegó a cortar a cinco o diez enemigos de un tajo. Desde ese día, cada soldado de Strawgoh rezaba por no enfrentarse nunca a ese Gigante rojo.
     Todos se volvieron leyendas en esa guerra. Keithl ya lo era desde el momento que se colocó la corona, y antes. El bandido que se convirtió en rey. Decían que verlo luchar era como ver una danza, que se movía entre los enemigos como pez en el agua, deslizándose entre ellos y su armas. Aseguran que nadie le tocó nunca, ni le hirió. Por supuesto, se equivocaban. Acantha pasó a la historia como la nueva bandida, la reina bandida, y también era temida. Su estilo de pelea era parecido al de Keithl, pero mucho más fiero. La pequeña, que había pasado horrores en su infancia y no habían nunca parado, tenía una gran cantidad de rabia en el interior. La pérdida de su abuelo, su obligación de abandonar a Keithl por motivos... personales, y la constante lucha y huida al frente de sus compañeras, le habían traído muchas desgracias. Era la más joven de todos los oficiales y capitanes, y seguramente la que había perdido más. Arya y Christine también luchaban en el campo de batalla, y se decía lo mismo de ambas: Cualquiera que las viese, si dudaba un segundo en disparar o usar la espada, moría. Eran como brujas, imponían su belleza y poder sobre cualquiera y era difícil escapar. Además, para hacerlas más peligrosas, eran más que capaces con la espada o el arco. Arya se había enfrentado varias veces con varios hombres el doble de grandes que ella, y los había hecho caer. Christine, en una batalla, llevando una armadura que ocultaba su género, se enfrentó a alguien que no tenía nada que envidiar a Richard en tamaño. Todos los que rodeaban la pelea y la vieron, no son capaces de explicar como la pequeña guerra tumbó, prácticamente a puñetazos, a ese soldado.  Y se sorprendieron aún más cuando se quitó el casco y se descubrió como mujer. Después de esa guerra, nadie tuvo huevos a negar la fuerza de una mujer. 

Pasaron dos años más, entre batallas y batallas, ataques a campamentos, castillos de nobles, ataques sorpresa en caminos... Los dos frentes se atacaban sin parar, había pocos días de paz. La gente moría y caía sin cesar, y ambos sabían que se necesitaba un golpe fuerte, decisivo, que pusiera un vencedor y acabar la guerra antes que no quedase nadie por luchar. Todo sucedió muy deprisa. Todo sucedió a la vez.

En una base en las montañas, ahora cubierta por un manto de tiendas y soldados, un hombre corría entre ellas persiguiendo a otro, enorme y pelirrojo.
     -¡Richard! -gritó Keithl intentando hacerse oír entre el gentío. Finalmente su voz llegó a oídos de su hermano- Tengo que comentarte algo y mejor si fuera en un sitio más privado -Entraron en una tienda pequeña, con una mesa y algunas sillas alrededor. No había nadie-. Sabes que se rumorea que Arya llevará todo su ejército contra nosotros, ¿no? Si, todos queremos que esto acabe ya, han sido unos años horribles, nos hacemos viejos... Estoy a pocos años de cumplir treinta. Y bueno, no tengo hijos. Lo que quiero decir -Keithl pensó que palabras usar-, cuando esté en esa gran batalla, si muero, dejaré de nuevo mi trono sin herederos. Resumiendo, este papelito te pone como mi heredero.
    Richard no estaba seguro de tal posición. Siempre fue soldado, guerrero, el guardia real de Christine. Era un gran estratega y tenía vastos conocimientos de política, pero dudaba de él.
      -¿Por qué no propones a otro más adecuado? -respondió Richard- Sobre todo que conozca el país. Skar o Jack, son grandes estrategas.
    -Sólo tú eres parte de mi familia Richard. Pongamos después de mi a otro Mysoren en el trono -Keithl se acercó a su hermano y puso la mano en su enorme hombro-. Le habría gustado a papá.
     Y Richard aceptó.

Un consejero llegó al campamento real, y entregó una carta a Christine, aunque iba a la vez dirigida a Keithl y Richard. Los magos aceptaban al mensajero, esperaban a Richard con impaciencia. Acordaron que marcharía al día siguiente, y Richard fue a encontrarse con los magos. 
     Justo cuatro horas después, otro consejero les informó que un ejército enorme se dirigía al castillo de Turdland, dispuesto a tomarlo. Llegaría en diez horas. Richard se había ido y la gran batalla final y temida había llegado, Christine, Keithl y Acantha mandaron mensajeros para reunir a todos sus soldados, protegerían el castillo de Turdland, y pondrían fin a la guerra.

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