domingo, 14 de septiembre de 2014

Capítulo 9

El camino era plano y seguro y el viaje de Keithl fue tranquilo. Lakslane había avanzado muchísimo y todos habían trabajado en ello. Desde el rey, hasta el agricultor más pobre de todos. Skar iba con él en el carruaje, además de dos soldados más. Jack llevaba el carro, y había veinte soldados delante y veinte detrás. La mayoría de ellos eran antiguos bandidos que podrían luchar incluso contra cinco enemigos a la vez. Estaban a media hora del lugar de reunión con los nobles y Keithl estaba nervioso. Sólo esperaba que fuese fácil. Skar rompió el silencio.
   -Oye Keithl -Un soldado miró a su capitán, extrañado de que llamara al rey por su nombre. Aunque, todos sabían que los capitanes eran antiguos bandidos y compañeros de viaje del rey-, ¿has oído el último rumor que corre?
   -Pues no, he estado muy ocupando dirigiendo un país. Sólo oigo los que vosotros me contáis... -Keithl estaba muy cansado y nervioso, demasiado cansado y nervioso como para preocuparse por rumores.
   -Dicen que los bandidos han vuelto -Skar sonrió. 
   -¿Bandidos? ¿Qué bandidos? -Keithl se preocupó por ese rumor.
   -Dicen que son los mismos que antes, pues actúan igual. Conocen a todos los taberneros, duermen en los bosques y protegen a los ciudadanos que son atacados por los soldados...
   -... de Strawgoh -Keithl acabó la frase y no pudo disimular su sonrisa. Que alguien siguiese su trabajo, incluso aunque ahora fuese fuera de su ley, le resultaba gracioso-. Y bien, ¿se sabe quién les dirige? 
    -Te daré una pista importante. No son bandidos, son bandidas. Su líder es una chica y dicen que es increíble. Que domina a cualquiera, que es bella, culta, y que es increíble verla luchar. Que es como si danzara. Tal como decían de ti en tus tiempos... También dice que es muy liberal, en todos los sentidos. Una chica joven, guapa, una líder innata... Una chica negra.
   -¡Acantha! ¿Acantha sigue viva? -Keithl casi saltó de su asiento de la emoción.
  -Oh sí, y ha juntado a mujeres fuertes y valientes. Dice que está  harta de eso de que sólo los hombres pueden luchar. Mujeres que fueron violadas, o que su familia fue asesinada. Mujeres atacadas por soldados de la reina Arya, o que perdieron su casa. Mujeres, muchas mujeres cabreadas. y a su cabeza, la más peligrosa de todas.
   -¡Acantha! ¡La pequeña Acantha! Vaya, ¿crees que ya lo tenía pensado cuando nos dejó? En su carta dijo que tenía algo que hacer, tal vez sería eso. Correr por el mundo, rescatando mujeres y creando un ejército con ellas. ¿Son muchas?
   -Dicen que están esparcidas por todo el mundo. ¡Incluso por la capital de Strawgoh! Algunas son de clase alta, y otras, como Acantha, pueden hacerse pasar por una prostituta de barrio bajo o por una duquesa en el mismo castillo. Dicen que una vez las vieron a todas juntas, y se dice por allí que son miles. Miles de mujeres armadas.
   -Por dios...se supone que debería buscarlas y detenerlas, por impartir la justicia del rey sin mi permiso. Así que haremos ver que las estamos buscando, pero no las conseguimos atrapar nunca. - Keithl sonrió a sus acompañantes en el carro, y todo su nerviosismo se disipó al momento. Acantha seguía viva, y luchaba como una verdadera reina por la paz y la libertad. Estaba deseando verla.

Después del largo recorrido llegaron al lugar de reunión. Keithl entró dentro, y Jack, Skar y sus soldados se quedaron protegiendo el edificio, junto a los soldados de los nobles. Dentro estaban ya todos, incluso Diorx. Estaban sentados y callados, esperándole. Por alguna extraña razón le tenían respeto. Por alguna razón, todos veían a ese antiguo bandido, a ese que antes tenían que colgar, como su rey. Por alguna razón, todos le respetaban. Keithl se sentó presidiendo la mesa, saludó a todos y fue directamente al grano.
   -Strawgoh nos ha atacado. Una vez más. Pero esta vez, se han pasado de la ralla. Han ido a la frontera de Turdland, disfrazados con uniformes de soldados de Lakslane y Turdland, y han hecho ver que batallaban entre ellos. Unos 200 ciudadanos han muerto, tres pueblos han sido quemados enteros. A la reina Christien le han asesinado 500 ciudadanos, por sus pueblos son todos más grandes y poblados, y han quemado otros tres pueblos suyos. Querían que Christine y yo nos declarásemos la guerra. - Keithl cogió aire. - Amigos, compañeros, ya sé que juramos que brindaríamos a nuestro pueblo con años, muchos años de paz. Queríamos estar al menos un siglo en paz. Pero, ya es imposible. Si no actuamos, la reina Arya y su tonto rey nos seguirán atacando. No hay lugar para negociar, no hay lugar para la paz. Yo lo tengo decidido, y todos los capitanes del ejército real me respaldan. Las noticias ya circulan por el país, guerra. Y muchos ciudadanos no tienen problema. Incluso, algunos están deseando ir y matar a unos cuantos soldados de Strawgoh. Quieren venganza. - Tomó aire una vez más. - Pero, sé que no todos aquí estaréis de acuerdo. No ignoraré lo que tengáis que decirme, y discutiremos largo y tendido sobre el tema. Pero, mañana mismo iré a parlamentar con la reina Arya y la reina Christine. Así que, vamos al grano, quién esté de acuerdo con intentar aliarse con Turdland y acabar por una vez con los ataques de Strawgoh, que se levante. Quien crea que la guerra es inevitable, que se levante. Quien quiera defender su honor y su orgullo, que se levante.
   Keithl esperaba que no se levantase nadie, o en el mejor de los casos, que al menos la mitad se levantase. Keithl esperaba pasarse horas y horas explicando que cuando alguien te ataca una y otra vez, que cuando uno mata a tus ciudadanos y espera que vayas en guerra con otro país aliado, sólo hay una respuesta. Keithl esperaba tener que discutir, gritar y convencer a muchos cabezotas. Keithl se había pasado la noche preparando argumentos... para nada. Todos se levantaron, todos estaban hartos. Eso no lo había tenido en cuenta, todos llevaban años queriendo ser reyes. Llevaban años queriendo cuidar de su pueblo, y ahora alguien estaba decidido a llevar a Lakslane al caos. Y ni él, ni ninguno de ellos, lo iba a permitir. 
   Tenía la aprobación del ejército, sus capitanes, de los nobles y de gran parte de la población. Todos estaban cabreados, todos deseaban vengarse. Ese día, Lakslane se preparó para la que sería una de las guerras más importantes de su historia.
   Ese día, nadie imaginó que pronto empezaría la guerra que significaría el final de Lakslane.

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