domingo, 14 de septiembre de 2014

Capítulo 10

Keithl volvió al carruaje y empezaron ya a encaminrse al castillo de Strawgoh. Iba a ser un camino largo, y se acercaba lo peor. Discutió con Jack y Skar en el carro algunas estrategias. Necesitaban ya información. Mapas detallados de todos los caminos, bosques y ciudades. De todos los países. Necesitaban saber cuántos soldados exactamente tenía Strawgoh, cuántos capitanes, qué armas tenían. Tenían que saber qué estrategias solían utilizar y repasar sus últimas batallas. También repasaron la conversación que tendría Keithl con Arya y Roland. Roland no era un problema, todos sabían que Keithl no era tonto y que Roland no era listo. Pero Arya era otra cosa, era una mujer lista, bella y mala. Una horrible combinación.
    Tres días después terriblemente cansados y de nuevo muy nerviosos, llegaron a la capital de Strawgoh. El castillo se levantaba imponente ante ellos, mucho más grande de lo que nunca hubiesen imaginado. La ciudad mucho más extensa que la capital de Lakslane, y había gran cantidad de guardias. Pero, los ciudadanos no parecían felices, si te alejabas de la capital, las calles eran sucias y los caminos no estaban cuidados. A los reyes no les importaba su pueblo. Keithl contaba ya con una ventaja, sus ciudadanos deseaban luchar, incluso podrían morir por él. Nadie lucharía por una reina que le desprecia.  Unos soldados les acompañaron a sus aposentos, y Keithl insistió en que sus propios soldados guardarían sus habitaciones. 
   A la mañana siguiente Keithl entró en la sala del rey, la cruzó entera y recordó la última vez que estuvo allí. Roland también le recordo, pudo ver la rabia en su cara desde que le abrieron la puerta. Las normas le exigían que les besase la mano a ambos y lo hizo a regañadientes. Al levantar la vista, no pudo creer lo que vio.

Arya era la mujer más bella que había visto nunca. En sus ojos cabía el universo entero y sus labios eran más rojos que la sangre. Su pelo era dorado, como el sol y el oro, el joven rey no se quitó nunca más ese color de la cabeza. Le miró a las piernas, largas y hermosas. Sus manos, estaban hechas para ser besadas. Sus caderas, esculpidas por dioses. Keithl se sorprendió de no tener una erección, pues Arya era increíblemente erótica. Y a la vez era inocentemente bella, pero con ojos poderosos. Cuanto más la miraba, más la adoraba. Keithl olvidó porqué estaba allí, olvidó que había ido para declararle la guerra a aquella mujer. Por un momento, sólo deseó cogerla, besarla, abrazarla, soltar con ella por la ventana. Por un momento, la quiso robar, hacerla suya. Y estuvo a punto de hacerlo.
    -Su majestad Keithl Mysoren -dijo Roland-, ¿a qué debemos este honor?
Keithl tardó unos segundos en contestar mientras pensaba en Roland, lo miraba y lo escuchaba, y no veía en él nada que le intimidase. Ignoró al rey, y con el corazón palpitándole demasiado deprisa, se dirigio a Arya ignorando el resto de la sala y al mundo entero.
   -Su majestad Arya, reina de Strawgoh. He tenido un largo camino, estoy cansado y sinceramente, me duele mucho el culo -Keithl sonrió de una forma en que sólo él lo había hecho anteriormente en esa sala, sólo él se atrevía a llevar tal comportamiento a ese palacio. Después de calmar el ambiente, y calmarse él, el joven rey se acercó a Arya y como si sólo estuviesen ellos y el universo, hizo una exagerada reverencia y le besó la mano. Acompañó el beso con una mirada que no era propia de súbdito ni enemigo-. Mi visita se debe a un problema en mi tierra, mi país. Sólo venía buscando respuestas y una solución, aunque ya he encontrado otras cosas- Keithl sonrió con picardia a Arya, Roland lo vio y se movió con incomodidad en su trono. Lo que Keithl no calculó es que Arya le devolviese la mirada, descolocándole totalmente.
    -¿Y cuál es ese problema? -Roland rompió el silencio, arrastrando la voz denotando que no se tomaba en serio a Keithl.
El rey de Lakslane recuperó su valor, y desde que entró en la sala, por primera vez, se dirigió a Roland. Habló al rey golpeándole con una voz que quitaba el valor al más bravo.
   -Enviáis soldados a mi tierra, disfrazados con nuestro uniforme, para saquear y matar. No vengo a...
   -¡Cómo osas -interrumpió Roland saltando de su trono-, niño asqueroso, a decir tales cosas!

Arya se divertía con la situación, tanto la discusión tonta de los dos hombres como los pobres intentos de seducción de Keithl. Aunque, en el fondo, eso último no le desagradaba del todo. Pero ya no hubo más discusión ese día, pues Keithl clavó sus ojos en Roland y como si le echara un maleficio, el rey de Strawgoh quedó sin habla lo que quedaba de día.
   -¿De dónde sacáis estas insinuaciones? -preguntó Arya. 
   -No son insinuaciones, es la verdad. Hace poco, se supone que uno una batalla entre mis soldados y los de Turdland. Ningún soldado murió. No disimuléis, eran vuestros soldados. Además, llevamos dos años capturando a vuestros soldados en nuestras tierras y devolviéndoselos desnudos. Es más, ¿veis al hombre de allí? Sí, el del fondo. A ese le capturé yo mismo hace dos semanas.
   Arya rió ante la brabuconería y la seguridad del hombre que tenía delante y Keithl tuvo que controlarse al escuchar esa risa.
   -De acuerdo -dijo Arya-, prometo que no volverá a pasar -Y para la sorpresa del joven rey, la reina se inclinó hacia delante y se le insinuó.
De nuevo, Keithl tardó más tiempo del habitual para él en reaccionar. Sabía que mostraba debilidad y tenía que controlarse.
   -No, así no será. No puedo creer en tu palabra, no eres de fiar. No he venido aquí a pedir que pares, no he venido a arrodillarme, he venido a decirte que te declaramos la guerra. He venido a decirte que lucharé por la seguridad de mi reino.
   A Arya le sorprendieron esas palabras. Le había hablado con rudeza, una rudeza a la que no estaba acostumbrada a ser tratada por nadie. Es más, en el momento que acabó de hablar, se dio la vuelta y se encaminó a la salida. Culpándose a ella misma, a Arya le gustó ese hombre. Era directo, era claro, era fuerte. Se hacía respetar, y Roland estaba aún aterrado por su mirada. Era todo lo contrario a su marido, era la clase de hombre que ella necesitaba. Sería un oponente perfecto, si no fuese su obstáculo entre ella y el mundo.
    Arya se levantó, corrió a Keithl y le pidió unos minutos a solas. Para hablar. Keithl no se fiaba pero sabía que no había peligro, Confiaba en él y sus habilidades de combate. Así que aceptó y se fue con la reina a sus habitaciones.

Lo que ocurrió en los siguientes minutos, nunca lo entendió. Lo repasó en los siguientes meses, mentalmente, y pensó que ella se había vuelto loca. O él. O todos estaban locos. Pero en el momento en que entraron en la habitación, Arya se desnudó. Con un arte propio de una reina, o algo por encima. Keithl se encontró de repente frente a la mujer más bella del mundo, desnuda. El antiguo bandido ya había conocido a muchas mujeres, muchas deseaban a ese que luchaba por la paz del pueblo. Muchas le dieron lugar en la cama, a cambio de historias de sus heroicidades. 
    Keithl siempre tuvo un útil don. Ya hablase con la más rica de las prostitutas o el más pobre de los reyes, Keithl convencía a todos con sólo una mirada o una sonrisa que él controlaba la situación. Pero frente a Arya, se sentó totalmente anulado y ella lo moldeaba a su gusto. Arya quería que él se abalanzara sobre ella y la besara. Y lo hizo. Arya quería que recorriese con sus labios cada centímetro de su cuerpo y se dejara desnudar. Y lo hizo. Arya quería notar su lengua entre sus piernas. Y lo hizo. Arya quería que le llenara la boca con su semilla. Y lo hizo. Arya quería que el rey de Lakslane le hiciera el amor como si fuese su primera vez o el último día del mundo, y lo hizo. 
   Cuando acabaron, estaban abrazados en la cama, aún besándose. Deberían estar preocupados por la gente que les esperaba, pero no les preocupaba. Keithl estaba anulado, por primera vez en su vida. Arya era quien controlaba la situación, ella era quien decidía.
   -Keithl -suspiró como si se le acabara el mundo en ese momento-, eres todo lo que siempre he buscado. Tu forma de hablar, de mirar, de hacer el amor. Lo que me has hecho antes, nunca nadie me lo había hecho pasar así. Nunca nadie había conseguido... eso -A Arya le dio mucha rabia tener que reconocer para ella misma que eso era verdad. 
    Keithl intentó responder, pero no pudo. Seguía anulado, totalmente, por esa mujer que de repente se levantó y le dio la espalda. Keithl fue a darle un mordisco amistoso en el trasero, pero ella se alejó.
      -¿Sabes, Keithl, esos momentos que sientes que son una inflexión en tu vida? -asintió- Pues creo que tú eres mi momento de inflexión. Como si llegaras a mi vida para ponerlo todo patas arriba, ¿no te sientes tú así? -asintió de nuevo, sin atreverse a hablar- Tengo la sensación que la locura es seguir aquí, y lo sensato es dejarlo todo por ti. Y estoy harta de locuras.
   Antes de que Keithl pudiese replicar, Arya se puso una bata, corrió a la puerta y le pidió a un guardia que hiciera venir al rey. Por un momento, volviéndose loco, iba a pedirle que se escaparan juntos, cuando Roland entró en la habitación.
    -Roland, Keithl y yo hemos discutido algunos asuntos de estado y hemos llegado a algunos punto en común. Es largo de explicar, trae el vino Keithl, que hará la velada más llevadera -no entendía nada, miró alrededor y vio una botella en una esquina, sobre un mueble. Sirvió tres copas, y sólo Arya bebió. Roland y Keithl estaban demasiado desconcertados para hacer nada. Luego, de forma demasiado ruidosa, Arya se dejó caer sobre la cama. Y casi susurrando, dijo-. Estamos en guerra, ya es oficial. Keithl, límpiate las manos y vete.
   Keithl, entre asombrado y cabreado, por alguna razón, tal vez su voz, le hizo caso. Se secó las manos mojadas por la humedad del vino, y se fue. Los soldados vieron como aún se frotaba las manos, pues distraído, se había llevado la toalla.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó Roland.
    Arya se sentó en la mesa y sonrió a su marido. Deslizó un cuchillo de bajo la manga y lo pasó por el cuello del rey. Éste empezó a desangrarse y a agarrarse la herida, pero no pudo hacer nada. Sin emitir sonido alguno murió sobre su cama.
    Arya empezó a preparar el fin de su teatro, se puso frente al espejo y en silencio practicó algunas caras y expresiones. Unos minutos después, cuando se convenció a si misma que ya estaba lista, fue a su cama y se tumbo. Actuando para ella misma, abrió los ojos y al girar la cabeza vio a su marido muerto. Profirió un grito de terror y una multitud de guardias entraron de golpe
    La reina lloraba sin parar abrazando a Roland mientras los guardias llamaban a un maestre. Cuando un guardia se acercó a la reina ella se alejó asustada, luego su rostro cambió y mostró unos ojos ardientes de rabia.
     -¿Y Keithl? -gritó con todas sus fuerzas.
     -Se ha marchado majestad.
     Arya se levantó de golpe, sobresaltada.
    -¡Buscadle, impedidlo! ¡Atrapad a ese regicida! -Se tocó la entrepierna, y sollozó- ¡Atrapad a ese violador!
    Todos los guardias salieron corriendo del cuarto, dando la alarma, y Arya se quedó sola. Sonriendo.

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