lunes, 17 de febrero de 2014

Capítulo 6

La antigua casa de Keithl, donde Puck le crió e hizo de él un hombre, se quemó hace años. Para ser exactos la quemaron, los mismos que ahora acompañan al buen hombre a su antigua residencia. Fue hace ya mucho, cuando eran comandados por Maslan, amante de la destrucción sin razón alguna. Asesinaron a los padres adoptivos de Keithl, a su hermanastro y se fueron. Él se marchó con ellos, para así poder matar a Maslan mientras dormía tras haberse guardado su confianza. No es el plan más elaborado del mundo, pero le sirvió.
   Branwen, el padre adoptivo de Keithl, le repetía cada día por su cumpleaños que cuando fuese mayor le daría el mejor regalo del mundo. Pero el viejo nunca llegó a ver a Keithl crece hasta ser un hombre, así que al final el regalo se perdió. Hasta hoy.
   -Keithl, ¿dónde quieres que cave? -Sammy esperaba ansioso con la pala.
   Se paséo por lo que debía ser el jardín, y los demás no sabían qué buscaba exactamente. Dio un par de pasos en círculo, maldeció al cielo para volver a empezar y se ponía a contar. Finalmente, se aturó al lado de un árbol, y después de alejarse unos tres metros dio un fuerte pisotón al suelo.
   -Blando, es aquí.
   Sammy empezó a cavar, Keithl y Skar le ayudaron con otras palas. La tierra salía sin dificultad, había llovido hace poco. De mientras, Acantha les observaba desde la distancia y los otros bandidos vigilaban el perímetro. La pequeña había establecido un horario más controlado para los llantos, pero seguía estando escasa de palabras. Al cabo de una hora, se dirigió a Keithl.
   -Tengo hambre.
   -Tranquila, creo que ya falta poco. Hay una taberna cerca, al final del camino, iremos allí cuando lo desenterremos.
   -Os puedo esperar allí, dame un par de monedas y me compro algo.
   -No nos queda mucho.
   -Es que tengo mucha hambre... -Acantha puso la voz más inocente que conocía.
   -¡Venga, dale una monedas y que coma algo! -Le gritó Jack desde el camino.
   Keithl dejó la pala, cogió un poco de oro de su bolsa y se lo dio a Acantha. "No te metas en líos, y espéranos en la taberna." La niña sonrió y le prometió ser buena. Después, subió a un caballo y se fue hacia la taberna. No pasaron ni cinco minutos cuando Sammy notó algo duro con la pala.
   -¡Keithl, aquí!
  Era una caja pequeña, de madera, espantosamente vieja. Keithl la abrió y dentro había un pergamino. Tenía el sello real, la firma del rey y quien le hubiese conocido diría que esa era su letra. Sin duda, lo que Keithl necesitaba mostrar a los nobles. Se oyó el trote de un caballo.
   -¡Se acerca un jinete, viene del pueblo! - Después de dar el aviso, Min y los otros bandidos se reagruparon. Keithl escondió rápido el pergamino y todos sacaron las armas. El futuro rey, sólo puso la mano en su espada.

Eran cinco jinetes, y uno de ellos llevaba un caballo más grande, una espada más ostentosa y una jarra con una cerveza más buena. Al llegar a la altura de los bandidos, los otros cuatro hombres sacaron sus arcos y prepararon las flechas, al verles desenvainados no tenían una buena impresión.
   -¡Identificaos! -gritó Skar, tensando su arco.
   Uno de los jinetes disparó a los pies del pelirrojo. -Di tu nombre, y no habrá una segunda flecha de aviso.
   Keithl se adelantó, con las manos en alto, y no se inmutó cuando los jinetes se centraron en él. Los cuatro a la vez. Él se dirigió directamente a su líder.
   -¿Tenéis pronto una reunión, mi señor? -Ya hablaba como un rey, su pecho era firme al igual que su voz. No titubeaba al hablar y se dirigía a los demás con respeto, pero mostrando poder.
   -¡Quién sois! -El jinete, alto y con un casco sobre la cabeza, desenvainó- Responded claro, o no podréis volver a hablar.
   -¿Es pronto la reunión, Iago? Yo soy Keithl, y estos son mis compañeros. ¡Guardad las armas! No queremos pelea, pero necesitamos que nos lleves frente al resto de nobles.
   -¡Te dirigirás a él con respeto! -gritó uno de los compañeros del noble.
   Los jinetes que acompañaban a Iago no guardaron sus armas, y algunos incluso parecían sedientos de sangre.
   -¿Para qué quieres ir? -preguntó el noble.
   -Tengo un mensaje importante para todos.
   -Dímelo, y decidiré si vale la pena que asistas.
   -Lo conoceréis, en el mismo momento que el resto de ellos.
   -¿Y por qué debería creerte? ¿No eres tú Keithl, el líder de los bandidos? Por lo que sé de ti, esto podría ser una trampa para asesinarnos a todos.
   -Nunca he atacado a tus hombres, y así seguirá hasta el día que decidas convertir a los pueblerinos en víctimas de vuestras peleas.
   Iago calló, y sus acompañantes no se atrevieron a responder. Aceptaron la petición y confiaron en los bandidos.
   -Si hacéis algo raro, os matamos. Cada noble lleva veinte hombres a la reunión, así que nada raro -dijo Iago, mirando a Keithl a los ojos.
  -Por supuesto -respondió Keithl, sin miedo ni duda-. Min y men, id a la taberna a recoger a Acantha, después seguid nuestro rastro.

Montaron todos en sus caballos y fueron cada uno en su dirección, Iago le dijo a Keithl que la reunión sería en el siguiente pueblo, estaba a un par de millas y llegarían en pocos minutos a un ritmo rápido. Se pusieron a ello al momento.
   El camino era llano y los caballos avanzaban sin problemas. Sus jinetes no intercambiaron palabra durante el camino, y adelantaban los árboles a una velocidad que no podían ni decir si era un bosque de castaños o robles. Se fue despejando poco a poco hasta que empezaron a aparecer casas, caminos más tranquilos y algunos pueblerinos. Pasaron al lado de algunos soldados de los nobles, que llevaban ropa de mucha más calidad que los pueblerinos. Bajaron a la puerta de un edificio simple, con piedra gruesa y pocas ventanas.
   -Es aquí -dijo Iago-, espero que no nos hagas perder el tiempo.
   Abrieron la puerta y se encontraron a cuatro hombres dentro. Arthur Dent, que parecía más un poeta que un noble. Diorx, alejado de Dent y clavando su puñal en la mesa. Iago se sentó en la única silla vacía, al lado de un hombre mayor que estaba medio dormido. Al otro lado de la mesa, estaba Faust, leyendo un libro.
   Faust era el más pacífico de los nobles, y si los otros fuesen menos orgullosos él habría sido rey. Un magnífico rey. Esparcía sus soldados por todo el reino sin rey, con una única misión. Proteger los pueblos. Nunca atacaba a los otros nobles, o a los soldados de Strawgoh que aparecían para que la paz no aparezca. Tenía buena relación con los bandidos, y al ver a Keithl se levantó y fue a abrazarle.
   -Amigo, ¿qué haces aquí? -Le preguntó Faust.
   -He venido a daros un mensaje, es muy importante.
   -Habla pues, mejor tener un tema que dedicarse a discutir sin sentido.
   Keithl se situó a la cabezera de la mesa, sin ninguna silla donde sentarse. Tampoco la pidió. Sacó el pergamino y sin decir nada, se lo pasó a Diorx, el que tenía más cerca. El salvaje, hábil en letras, lo leyó y se echó a reír.
   -¡Princesita, mira lo que dice este!
   Dent cogió el pergamino y al acabar con él, miro a Keithl y le preguntó si iba en serio esto. "Totalmente en serio.", contestó el bandido.
   Oldie, el hombre mayor, lo leyó y no dijo nada. Lo pasó a su compañero y bajó la cabeza para pensar. Faust fue el último.
   -¿Keithl, es una broma? 
   -Para nada, es totalmente auténtico.
   -¿Y cómo sabemos que lo es? -Le preguntó Diorx, con el puñal en la mano.
  -Sólo existe un sello real, y es la letra de nuestro antiguo rey. Es auténtico -Oldie se dirigió a Keithl y le devolvió el pergamino-. La palabra del rey es la palabra del rey, eres su hijo. No hay nada más que discutir.
   -Yo creo que sí hay mucho por discutir... -Dent se levantó- Seguro que si te proclamamos rey, le darás una posición de honor a este viejo.
  -Todos tendréis la misma posición, se os asignarán unas tierras y seguiréis siendo nobles -respondió Keithl, sin perder los estribos. 
   -¿Keithl -Faust parecía nervioso, aunque intentaba disimularlo al máximo-, sabes la pena que hay por intentar lo que estás haciendo?
   -La muerte no me llegará de esta forma. El pergamino es auténtico, no hay discusión sobre ello y lo sabéis.
   Los cinco nobles callaron, algunos no paraban de chirriar y moverse sin parar. Oldie seguía quieto y pensando. Finalmente, Faust rompió el silencio.
   -Hay que votar. Quien esté de acuerdo en acabar con este sin vivir y nombrar a Keithl rey, que se levante ahora.

El primero en levantarse, pero el último en ponerse en pie, fue Oldie. Le siguieron Iago y Faust. Dent, al verlos, refunfuñó y a regañadientes se levantó también.
   -¿Por qué debería darle yo mi apoyo? Ya os habéis alzado cuatro de vosotros, no hay discusión, ya tenemos rey. No le daré mi apoyo, no diré nada más. Me iré y os maldeciré en siguiente.
   Y tal como había dicho, Diorx se levantó y dejando el puñal en la mesa, se fue. Faust cogió el puñal y se lo dio a Keithl.
   -Supongo que sabrás que para nombrar a un rey se necesita la unanimidad de los nobles. Diorx no te ha votado, pero ha dejado el puñal. El puñal que fue del rey y el objeto que le tocó a él entregar a el futuro monarca en el momento que apareciese. Así que, mi majestad, cogé el puñal y aquí te entrego yo su cinturón.
   -Gracias, amigo.
 Dent, a pasos forzados, cogió el cofre que llevaba a todas las reuniones y les mostró como claramente, el cerrojo mostraba que llevaba años sin abrirse. Exactamente, 29 años. Todos estaban de acuerdo en la legitimidad de ese objeto, y cuando Dent metió la llave le entregó a Keith el sello real.
   Oldie le entregó el anillo, con la inicial de su apellido. Y Iago le dio la copa del rey. Keithl lo guardó todo en su bolsa y dio las gracias a sus nuevos subordinados. Les dijo que en una semana iría al castillo, tenía algunas cosas que hacer antes de empezar la ceremonia de coronación y sus tareas reales. Nadie le puso objeciones, y Keithl salió de la sala.
 
-¿Y bien? -preguntó Jack.
    -Ya podéis llamarme su majestad.
   Lo bandidos se arrodillaron, y Keithl les pidió entre risas que no hiciesen tonterías. También les dijo que no dijesen nada estos días, mejor mantenerlo en anonimato hasta el día que fuese al castillo. Lo mismo le dijo a los nobles. Después, los bandidos subieron a sus caballos y volvieron sobre sus pasos para recoger a Acantha. Le habían dado un par de horas para comer y relajarse a solas. 

Llegaron a la taberna y Keithl entró. Min y Men seguían allí, por alguna razón. Keithl les preguntó por qué no se habían ido, y le respondieron que no podían. Que había pasado algo. No había ni rastro de la pequeña, al momento el tabernero se acercó a él.
   -¿Eres Keithl? -preguntó.
   Lo confirmó y el tabernero le entregó una carta. Era de Acantha, y era corta y directa:

Querido Keithl,

Me voy, tengo cosas que hacer.

Acantha.


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