lunes, 27 de enero de 2014

Capítulo 5

Skar golpeó la jarra de cerveza contra la barra del bar, y dejó caer una lágrima sobre ella. Una lágrima de rabia, pues cada vez que giraba la cara le dolía demasiado ver como Keithl y Acantha sufrían. Puck había muerto, asesinado, delante de sus ojos, y ninguno de ellos pudo hacer absolutamente nada. Skar siempre se había visto como alguien fuerte y valiente, pero toda su valentía desapareció al ver a Keithl roto, bebiendo en una esquina del bar, solo. Llevaba ya cuatro jarras de cerveza, y parecía que le faltaba poco para la quinta. Keithl no bebía nunca, y a Keithl no le gustaba estar solo.
  Acantha estaba en otra mesa, sola, con la cabeza entre los brazos. De vez en cuando soltaba un grito, una maldición, o daba un puñetazo contra la mesa. Después de dar el golpe siempre lloraba porque le dolía la mano, y al llorar se acordaba de su abuelo y le dolía más. Si pasar un tiempo con los bandidos le había cambiado, perder a su abuelo la había trastornado. Era realmente terrorífico ver a una niña pequeña entrar en un bucle de maldecir, llorar y golpear. Tan grande que asustaba. Pero Acantha ya no sentía nada.

Un hombre se acercó a ella y le dijo que quería beber en paz. Acantha le miró, se puso a llorar y empezó a golpearle, gritando "Por qué". Se necesitó al camarero, Min y Luke para separarla de él. Y hay que decir que Min es increíblemente fuerte, tan fuerte como para matar a dos soldados estando desarmado. Lo hizo una vez, ayudando a Keithl, que estaba herido, a escapar. Él detuvo su caballo, se bajó y empezó a golpear a los soldados. En realidad no se sabe si los mató, pero seguro que estuvieron un tiempo sin hacer ninguna guardia. Pero él sólo no pudo separar a Acantha.

- ¿Se puede saber qué haces? - Le gritó Min cuando la tuvieron agarrada.
  Acantha no respondió, no dijo nada. Volvió a su mesa y empezó a llorar. Levantó el brazo, el camarero fue hacia ella.
  - ¿Qué quieres pequeña?
  - Una cerveza. - Acantha ni siquiera levantó la mirada de la mesa, sucia y con manchas de sangre.
  - ¿No eres... demasiado pequeña para beber? 
  Skar se acercó a el camarero por atrás.
  - Eh, amigo, acaba de perder a su abuelo, no es demasiado pequeña para beber.
  Un minuto después Skar se sentó con Acantha y le pidió un brindis.
  - ¿Por qué? - Respondió ella. Esta vez sí levantó la mirada.
  - Por Puck. - Él le sonrió, esperando contagiarle la sonrisa.
  Ella aceptó, chocó las jarras y volvió a bajar la mirada. No sonrió.
 - Acantha, ya sé que es duro... Pero no estamos demasiado lejos del bosque, los soldados seguramente nos buscan. Tenemos que avanzar. Sé que es du...
  Acantha volvió a romper a llorar. Era inútil, ¿qué le puedes decir a una niña que ni siquiera puede enterrar a su abuelo? Si hablaba, se le quebraba la voz y lloraba. Si golpeaba algo para relajarse, lloraba por el dolor y luego lloraba más por el otro dolor. A veces alguien se acercaba, tal vez Min, o Men, intentaban consolarla diciéndole que su abuelo ahora estaba en un lugar mejor. Nada servía, ella sólo lloraba. Y Skar estaba ahí, diciéndole que la entendía, enterrado entre los llantos de la pequeña y el dolor de su amigo. Finalmente, un poco de fuerzas entraron en Acantha y pudo hablar, con la voz quebrada, sin llorar.
  - No, no lo sabes. - Finalmente la pequeña levantó la mirada, y se la clavó a Skar en sus ojos cansados. Los ojos de Acantha habían cambiado. - ¿Sabes por qué no lo sabes? Porqué no has tenido un abuelo como Puck. Él ha cuidado de mí, él me ha educado y me ha convertido en lo que soy. Y claro, todos los abuelos hacen eso... ¿Pero todos los abuelos han cruzado medio país buscando a su nieta secuestrada? Porqué sí Skar, os agradezco todo lo que habéis hecho por mí, ¡pero me secuestrasteis! - Esas palabras resonaron por todo el bar, Acantha se levantó y su jarra se cayó. Mucha caras se giraron hacia ellos. - ¡No hay nadie que haya hecho lo que ha hecho mi abuelo! ¡Nadie! Y ahora estoy sola...
  - Nos tie...
 Acantha, de nuevo, no le dejó acabar. - ¡Sola! Así que os podéis ir vosotros, yo no me muevo. - Acantha volvió a sentarse, suspiró para relajarse y se puso a llorar, de nuevo. Algunos susurraban, "Se va a deshidratar".
  - Tenemos que irnos. - Keithl estaba delante de ella, y tampoco sonreía. Tenía los ojos rojos, y los nudillos también. Las mejillas le ardían por el alcohol. Y, sorprendentemente, se mantenía perfectamente en pie. - Nos vamos ya.
  - He dicho que no. - Acantha se encaró a él. 
  - Acantha, llora todas las veces que te dé la gana. Pero nos vamos ahora. - Keithl parecía cabreado.
  - ¡ Otra cerveza camarero! - El camarero miró preocupado a Keithl, él le dijo que no con la cabeza. - ¡No te atrevas a llevarme la contraria! - Le gritó Acantha.
  - ¡Harás lo que yo diga!
  - ¿Por qué?
  - ¡Porqué soy tu maldito rey!
  Esta vez los gritos de los dos parecía que iban a romper todos los cristales del bar, las voces no estaban quebradas. Se habían dado la oportunidad de sacar la rabia de su cuerpo, y la había aprovechado.

Acantha no se atrevió a contestar, y Skar no pudo evitar sonreir.
  - ¿Acaso crees que esto sólo te duele a ti niñata insolente? - Mientras Keithl hablaba, unas lágrimas corrían por sus mejillas. Pero su voz tenía fuerza, y sus puños expiraban rabia. - Sí, tal vez ahora tengas que crecer más rápido. Sí, tal vez tengas que aprender a luchar, sobrevivir y ser una mujer desde ahora. ¡Sí, tal vez nadie merece esto! Pero llevo años sin ver a ese viejo y justo cuando lo encuentro lo matan delante de mis ojos. He perdido a muchos amigos Acantha, pero Puck no era un amigo para mí. Puck era como un padre.¡Tal vez no llevara su sangre, pero él era la única familia que tenía! - Jack quiso replicar, pero supo que no era el momento de pedir su sitio en esa familia. -  Así que sólo me quedas tú, ahora tú eres mi familia y no pienso permitir que otro hijo de puta de Strawgoh me quite a mi familia. Así que si no me haces caso como amigo, me harás caso como rey.
  De alguna forma, las palabras de dolor, de despecho y esa nueva energía de Keithl calmaron a Acantha. Lo primero que hizo la pequeña fue vomitar. Por muy fuerte e independiente que ahora fuese, beberse dos jarras de cerveza tan rápido no le pueden sentar bien a ninguna niña. Se puso nerviosa el verse vomitando y se puso a llorar de nuevo. Y con la boca sucia y los ojos inundados, empezó a andar hacia la puerta. Y Keithl hizo lo único que puede hacer alguien para calmar a su familia, se acercó a Acantha y la apresó en un abrazo. 

Iban todos a caballo, siguiendo a Keithl, pero no sabían dónde iban. Finalmente Skar le dio un golpe a su caballo y se situó al lado de su amigo.
   - ¿A dónde estamos yendo? - Le preguntó.
   - A la casa donde vivía, tengo que coger algo.
   - Keithl... la casa está en llamas. Maslan la quemó.
  - Ya, pero hay algo debajo, algo que las llamas no alcanzaron, y ahora sé lo que es. - Keithl le sonrió, parecía que por fin algo le iba bien en la vida.
   - ¿Qué es?
   - Branwen, mi padre adoptivo, me dijo algunas veces que tenía algo que enseñarme. Algo realmente importante. Está enterrado en el jardín. Y ya sé lo que es.
   - ¿La prueba de que eres el rey? - Preguntó Skar.
   - La prueba que los nobles necesitan.

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