martes, 3 de diciembre de 2013

Capítulo 3

Una brisa corrió por la sala y un soldado fue corriendo a cerrar la ventana. Había un total de diez soldados, cinco a cada lado. El rey estaba sentado en el trono, aburrido escuchando los problemas de sus súbditos. Peleas entre vecinos, un granjero al que se le mueren las cosechas por una extraña plaga, y los bandidos. La guerra civil en Lakslane les había ido genial, el país no prosperaba porque los más ricos no paraban de atacarse y robarse entre ellos. Y eso al rey de Strawgoh le parecía genial. Año tras año, sin nadie que se lo impidiese, su país era más grande y rico. Sólo había una persona más feliz que él, su reina. La reina había salido al campo, a pasear. Le gustaba pasear los días en que todo iba bien, los bandidos llevaban días sin montar jaleo así que en Strawgoh todos eran felices. Pues a los bandidos también les encantaba atacar a sus soldados. Los soldados del rey eran mandados a hacer que los nobles de Lakslane se peleasen, muchas veces iban disfrazados y mataban a algún familiar de un noble. O a un capitán importante, una prostituta a la que le tienen cariño... Quien fuese, para que volviesen a las armas. Un día uno de los bandidos lo vio, y desde entonces además de atacar a los ejércitos de los nobles también atacan a los soldados de Lakslane. Pero a los nobles no les matan, sólo les apalizan para que estén un tiempo sin pelear. Claro, son del mismo país. 
   Keithl fue subiendo por la cuerda hasta llegar al barco, dentro había cuatro hombres bebiendo y riendo. Cogió una manta y se envolvió en ella, se sentó con ellos y cogió una bebida.
   -Entonces... majestad, ¿cree que podrá hacer algo?  
   El viejo seguía ahí, de rodillas. Roland había estado un rato sin escucharlo, pero sabía que alguien lo habría apuntado todo. Le prometió que haría lo que pudiese y decidió que ya pensaría si solucionarlo o no. El viejo se acercó, le dejó una bolsa de oro como agradecimiento y se fue, después de besar el anillo de Roland.   Luego, entró un capitán.   
   -Majestad, tenemos noticias de los bandidos -Dijo, mientras se arrodillaba y se quitaba el casco.  
   -Vaya... ¿con quién se han peleado ahora? -Roland cogió una manzana y le dio un mordisco  
  -No, no se han peleado con nadie... Están buscando a alguien. A su líder -El capitán parecía nervioso, Roland dio otro mordisco
   -¿A shu ldrr?
   -¿Qué, majestad? No le he entendido.
   -¿Dice que buscan a su líder?
   -Sí, mi majestad.
   -¿Y es eso un problema? Todos sabemos que su líder es más que un bandido, ese tal... Kithel.
   -Keithl.
  -Como se llame, tiene un nombre muy raro. Igualmente, ese chaval es bastante más inteligente y disciplinado que sus amigos, ¿por qué debería importarnos que esté desaparecido?
  -Verá... -El capitán se levantó y se acercó al rey, uno de los soldados de la sala se acercó y le entregó personalmente el objeto al rey- Le están buscando, para darle eso -El soldado le entregó una carta al rey, éste la leyó y luego dejó la manzana a un lado.
   -¿De dónde lo habéis sacado?
   -Se lo quitamos a tres bandidos, eran pocos y fue fácil reducirlos. Y matarlos.
   -Pero... ¿es cierto lo que dice?
   -No lo sé mi majestad, pero dudo que lo sea.
   -¿Y si los nobles se lo creen?
   -Pues tendremos un problema.
  De repente, el soldado que antes había entregado la carta se acercó al rey y la cogió. Los otros soldados se quedaron mirándolo, algunos incluso empezaron a acercarse.
   -¿¡Se puede saber qué haces!? -gritó Roland, levantándose.
   -Pues... coger la carta. Es mía. -respondió el soldado.
   -¿Qué? 
  -Que es mía, ¿ves? Pone mi nombre en el sobre. Y ya que el capitán lo ha pronunciado mal te enseñaré cómo se dice. Se pronuncia "Quéicel". ¿Queda claro?
   El soldado se guardó la carta y empezó a retroceder, poco a poco, sonriendo. Se quitó la capa y el casco, tiró la espada al suelo y empezó a saltar para desentumecerse las piernas.
  -¡Vaya! Esto pesa realmente, y todo el rato ahí de pie... ¿Cómo aguantáis todo el día? Es decir, seguro que no aguantaríais ni una semana viviendo en el bosque como yo, e impartiendo justicia real -Hizo énfasis en la palabra real- en dos países. Pero esta armadura... pesa de verdad. Y la espada... -Cogió la espada y los otros nueve soldados desenvainaron a la vez, apuntándole. El capitán sacó también su espada- Tranquilos... no me gusta nada. Es muy fea -La volvió a tirar-. Bueno, Roland.
  -Puedes llamarme su majestad -Dijo el rey, aún de pie, mirándole con desprecio.
  -¿Puedo? Igualmente... no me apetece. ¿Puedo llamarte Ron?
  -No.
  -¿Land?
  -Su majestad, ¡y basta de cháchara! ¡Atrapadle!
  Los nueve soldados y el capitán empezaron a avanzar, Keithl levantó una mano y un dedo.
  -Un minuto, ¿vale? Primero quiero leer la carta. A ver... "Querido Keithl, soy Puck!" ¡Vaya! hace años que no le veo... Puck es mi antiguo mayordomo, de cuando era un crío. Antes de convertirme en un héroe y bla bla bla, bueno, sigo. "Habrás conseguido esta carta de mano de uno de tus amigos, les di una a cada uno y ellos la protegen con su vida." Sí, está claro que lo hacen. Los habéis matado -Keithl miró al rey, y esta vez no fue una mirada de simpatía-. Pero eso ya lo discutiremos en el futuro, ¿verdad Roland?
  -¿Es una amenaza? - Los soldados dieron un paso más.
  -¿Tú que crees? Y lo más interesante... ¡Puck ha aprendido a escribir! "Te envío la carta de la mano de mi nieta Acantha," Ah, pues no, ¡pero tiene una nieta! "que a partir de ahora también será mi voz." Esta parte no la entiendo. 
  -Yo sí. - Dijo Roland, ahora parecía que disfrutaba.
  -Oh, ¿puedes explicármelo Ron?
  -¡Muestra respeto a tu rey! - Le gritó el capitán.
  -¡Calla, no interrumpas a Ron! Adelante Ron.
  -Puck, tu antiguo mayordomo, atacó a unos soldados míos justo antes de irse con los bandidos y ser considerado un criminal -Keithl sonrió, y aplaudió. Nadie le siguió-. Como castigo, el capitán le cortó la lengua, antes de ser asesinado.
  -¿Le cortaste la lengua al viejo Puck? -dijo Keithl al capitán, dando dos pasos hacía él e ignorando a los otros nueve hombres armados. 
  -No -El capitán realmente se estremeció-, fue otro capitán.
 -¡Ah vale, entonces te perdono! A ver, sigo leyendo... "El motivo de mi carta es enviarte el siguiente mensaje. El viejo rey de Lakslane, Katsís, no murió sin descendencia como dicen. Tuvo un hijo hace años, y lo donó a una familia de granjeros. Sólo esa familia y yo sabemos el secreto. Y puesto que ellos, tus padres adoptivos, murieron, sólo yo quedo para decírtelo." Vaya, parece que debería seguir pero la carta está rota.
  -Una parte se la comió uno de tus amigos, intentando proteger la carta. Muy testarudos...
  -Sí, son un amor. Y tú les mataste. ¿Sabes? Me encantaría quedarme para matarte. Pero... aunque seguro que podría mataros a todos, no pararían de llegar más y más soldados y al final me cansaría mucho. Y como ya tengo todo lo que necesitaba...
   -¿La carta? -Preguntó Roland.
  -¡Oh no! Yo no sabía que la carta existía. Es más, la noticia me asombra tanto como a ti Ron. Aunque estoy seguro que yo sería mejor rey que tú. ¡Pero no hay tiempo para eso! Primero debo huir, luego ya pensaré en la corona.
  -¿Huir? -El rey Roland de levantó, y ordenó a sus soldados que se acercaran a Keithl- ¿Cómo lo harás, Keithl -Keithl sonrió, Roland había dicho bien su nombre-, líder de los bandidos, rodeado y sin escapatoria?
  -Sí tengo escapatoria, os he dicho que ya tengo todo lo que necesitaba. Incluyendo una buena situación para escapar. -Keithl señaló detrás suyo, donde estaba la ventana. Roland gritó, pero ningún soldado llegó a tiempo. El bandido corrió hacia la ventana y cubriéndose con la armadura la atravesó. Cayó, desde muy alto, al agua.
  -¿De quién fue la idea de asentar el castillo al lado de un río? -Gritó Roland.
  -De la reina, mi majestad.-Contestó el capitán.
 -Entonces está bien. ¡Y no os quedéis ahí! Corred, seguidle, que suenen todas las campanas y traédmelo vivo.
  La campanas sonaron, cientos de soldados empezaron a correr por la capital y Keithl nadó a la orilla del río. Cuando llegó, tenía unos cincuenta hombres apuntándole con sus espadas.
  -¿Por qué seguís a una de las personas más importantes de todos los tiempos con espadas? Es decir, no podéis atacarme a larga distancia. Imaginad, por un segundo que yo hubiese previsto esto... Me infiltré en la guardia real, siempre supe que la salida más fácil era la ventana. Pero luego, ¿cómo escaparía del río? Fácil, así.
  Lo soldados siempre cometían el mismo error, esperaban a que Keithl acabase sus discursos. Realmente, era un gran orador y tenía mucho carisma. Y además, siempre aprovechaba para mirar a todos los lados. Y pudo ver el barco incluso mientras caía desde la ventana. Y ellos lo pagaron, cuando Keithl levantó un brazó, apareció una cuerda y se agarró a ella. La cuerda estaba atada al otro lado del barco, que se movía muy rápido. Keithl cayó al agua y desapareció dejando a los cincuenta espadachines con la boca abierta.
  -La próxima vez, le atravieso antes de que abra la boca... -suspiró uno de ellos. 

  -¿Cómo sabíais que estaba aquí?
 -Te estábamos buscando por esta zona de casualidad, y como el río corre por toda la capital íbamos en barco. Cuando escuchamos la campanas y vimos algo caer por una ventana, sabíamos que eras tú. Y también sabíamos que te encanta escapar cogiéndote a una cuerda.
  -Sí, sí que me gusta, aunque creo que no me tiraré más a ese río. ¡El agua está helada!
  Keithl dio un sorbo a la bebida y rió con sus compañeros. Había un total de 30 bandidos buscándole separados en grupos pequeños. Buscaban en las ciudades, los caminos, y siguiendo los ríos. Sabían que Keithl estaría por ahí. El grupo de Skar, Acantha y Puck estaba por los ríos, así que sin que ni ellos ni Keithl lo supieran sólo era cuestión de tiempo que se encontraran. Ahora Keithl estaba con los cuatro bandidos más inteligentes del grupo, a excepción de él mismo, que se especializan en hacer vehículos y armas que les proporcionen ventajas frente a los enemigos. El barco, por ejemplo, se impulsaba mucho más rápido que los barcos de vela. Aunque, sólo los más ricos podían permitirse una tecnología así. Pero, ellos eran los más inteligentes, así que cuando Keithl y sus amigos se dieron cuenta que necesitaban un barco rápido, ellos sabían a qué rico había que robar.
  -¿Habéis leído la carta? -preguntó Keithl.
  -No -respondió Jack, que llevaba el timón-, Puck nos dijo que lo mejor sería que nadie la leyese, así el secreto sólo estaría en el papel. Un viejo listo. 
  -Sí, sí que lo es, me han dicho los soldados que ellos han obtenido la información de unos bandidos. Han matado a tres. ¿Sabéis quién ha muerto?
 -No, hace tiempo que no nos cruzamos con nadie... Pero el grupo de Loy se ve que estaba algo descontrolado, prácticamente entraba en los pueblos gritando que buscaban a Keithl. Los soldados tardaron poco en seguirles, pero no sé si los encontraron.
  -Vaya... ¿Y ahora dónde vamos?
  -Ni idea -respondió Min-, iremos viajando hasta que encontremos a alguien.
  -Ya, gran plan... -Keithl pegó otro trago- ¡Bueno explicadme cómo ha ido todo!
  -¿Por qué te fuiste Keithl? -preguntó Min.
  -Necesitaba hacer esto solo.
  -¿El qué?
  -Entrar en el castillo. Era demasiado peligroso, no quería que ninguno de vosotros muriese por mí.
  -Imbécil... -contestó Luke- ¿De verdad crees que podrían con nosotros?
  -No, pero si por alguna casualidad alguien muriese, no quiero verme otra vez en el entierro de un amigo.
  -¿Y quieres vernos a nosotros en tu entierro? -Min estaba realmente dolido.
  -No Min... en cierta parte me sentiría responsable, fuisteis vosotros los que elegisteis venir conmigo.
   -Y morir por ti -dijo Jack.
  -Todos hemos viajado por el país Keithl, todos hemos visto cómo se las gastan los nobles y los soldados de Lakslane -Luke se levantó-. A todos nos jode que se mate y asesine en nombre del rey y la justicia, y mucho más si los nobles matan sólo para sentar a alguien como rey -Luke volvió a sentarse, y bebió.
  -Bueno, puedo que eso acabe pronto... -Keithl le dio la carta a sus amigos, les dijo que la leyeran. Se quedaron mudos.
  -Keithl... -dijo Luke recuperando el habla- ¿Crees que es verdad?
  -No lo sé, sé que Puck no me miente. Lo que no sé es si lo que él cree que es verdad, es cierto. Igualmente, aunque lo fuera, ¿tengo que aceptar ser rey?
  -Ni idea, la verdad -contestó Min.
  -Pues vaya problema... Men, ¿sabes tú algo?
  -Mi hermano ha bebido demasiado amigo -dijo Min-, creo que no sabe ni dónde está. Igualmente... creo que él fue quien se estudió un poco las leyes.
  -Sí, tiene buena memoria. Le dije que nos sería útil saberlo. Bueno, si me permitís voy a dormir.    Cuando Men esté sobrio avisadme, querré hablar con él. Y si veis a un compañero avisadme también.
   Keithl se metió a una pequeña sala del barco, lo suficientemente grande para una cama y poco más Se tumbó y tardó mucho en dormirse con una sola idea en la cabeza: ¿Yo, rey?

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