miércoles, 13 de noviembre de 2013

Capítulo 2

-Dicen que el batallón 42 vuelve a atacar, no paran nunca... -Dijo la mujer mayor, que no se alzaba más de metro y medio y no tenía ni un centímetro de su cuerpo sin arrugas- Están esperando a los hombres de... ¿Cómo se llamaba? Sí, el favorito de todas las niñitas.
   -¿Dent? -Contestó el hombre mayor, que parecía que no la escuchaba.
  -¡Ese! Pues bien, se ve que Dent, que es ahora más rico que nunca, ha reunido un grandioso y enorme ejército y se dirige al norte.
   -¿A qué te refieres con ejército enorme? -Preguntó el señor, que bebía sin parar. 
   -Unos...20. ¡30 tal vez! Todos con sus espadas y sus caras de cabreados. Cariño, ¿nosotros vivimos al norte?
   -No... estamos en el sur.
   -¡Genial! -La mujer se irguió, y de repente se encogió de nuevo y siguió hablando con un tono de voz muy flojo- Pero ya lo sabía. Pues Dent quiere tender una emboscada al batallón 42, porque esos salvajes no paran de atacar pueblos y gritar "Dierx es vuestro rey, ¡rendíos ante Dierx!" Violan, roban, saquean... Les gusta que se hable de ellos como si fueran románticos y principies, ¡pero todo el mundo sabe que no lo son! Pues bien, se ve que Dent estaba con sus 40 hombres...
   -¿No eran 20? ¿O 30? -Preguntó el hombre, que parecía distraído.
   - No, definitivamente eran 50 -Esta vez ni se molestó en contestarle-. Y este enorme ejército... fue atacado.
   -¿Por Dierx? ¿Él sabía que iban a por él?
  -¡No! Dierx es incapaz de ver más allá de Dierx... no sé por qué tenía 60 hombres con él. Otro hombre se adelantó a Dent y le atacó.
  -¿Otro noble al que le gusta cantar que es nuestro legítimo rey? -El hombre empezó a hacer caso a la señora.
  -¡No! Son... bandidos. Un grupo muy numeroso, dicen que eran 200 -El hombre miraba a la señora sin pestañear. - Rodearon a Dent y mataron a 69 de sus hombres. Sólo le dejaron a él vivo. Dicen que ahora está formando un ejército de jovencitas.
   Ambos empezaron a reír, de forma muy estridente. Las guerras entre nobles llevaban corriendo desde hacía 11 años. El rey de Lakslane había muerto sin descendencia, y las 10 familias más ricas y poderosas empezaron a reclamar el poder. Primero hablaban y discutían entre ellos. Hacía debates e incluso escribieron algunas leyes que aún seguían vigentes, pero esa paz no duró mucho. Cuando Dierx decidió que él era más poderoso y rico que los demás, sentenció a muerte a todo aquel que se oponiese. Los otros nueve no tardaron en hacer lo mismo. Diez familias reunieron ejércitos y luchaban entre ellos. Batallas pequeñas, alejadas de los pueblos y sin muchas víctimas. Hasta la batalla de los ríos. 
   Tres nobles decidieron hacer una alianza, y formar un gobierno de tres. De los siete restantes, dos de ellos decidieron oponerse. El país de Lakslane llevaba años aguantando pequeñas batallas, entre minúsculos ejércitos y con un número de víctimas que no superaba nunca las dos décimas. Pero todos, incluso el granjero que vivía más al sur, sabía que eso era un problema. Los otros nobles se negaron a participar, ya fuera para evitar la batalla o para elegir un bando. Así que un soldado, un simple soldado, galopó todo lo que rápido que pudo hasta Strawgoh y pidió ayuda. El rey aceptó su petición, y el ejército del país vecino cayó sobre la Batalla de los ríos.
   Muchos la llaman la Gran batalla de los ríos, se oye a algunos que la llaman la Batalla del río rojo. Otros, más atrevidos, la llaman la Sumisión de Lakslane. Desde entonces, los cinco nobles que siguen con vida han continuado con pequeñas batallas sin importancia, y Lakslane le da a Strawgoh todo lo que necesita. 
    -¿Qué se sabe de estos bandidos? -Preguntó el hombre a su mujer, con un despertado interés.
   -No mucho... que eran unos trescientos. Dicen que su líder es muy apuesto, y llevaban con ellos una niñita... pero no estaba en la batalla claro. La tenían guardada, con sus tiendas.
   -¿Una niñita? ¿Cómo las de Dent?
   -¡No! Una niña pequeña, muy pequeña, y negra.
   De repente un hombre que estaba sentado al lado de ellos, que no se había movido durante toda la conversación, pegó un salto y agarró a la mujer por el brazo. Ella gritó y el desconocido pidió silencio y tranquilidad con su mirada. Con su mirada, pues la anciana pareja pudo ver que no tenía lengua.
   Puck buscó en su abrigo, y enseñó a la mujer un retrato. Una pintura de Acantha. La mujer no dijo nada, se quedó mirando a Puck y al dibujo de Acantha.
   -¡Despierta mujer! -Gritó su marido, impaciente-. Está claro que es su nieta. ¿Esos bandidos se la llevaron? Ya veo... Y no sabe dónde está. ¿Sabes por dónde están ahora querida? ¿¡Al norte!? Ya, el norte es muy grande estúpida. ¡Ahá! Haberlo dicho antes. Ya sabe señor, vaya usted al norte y cuando encuentra la primera bifurcación del río sígalo. Si los oídos de mi mujer han escuchado bien, encontrará pronto a su nietecita. ¡Y acuérdese, ya han pasado la frontera! ¡Ya han pasado a Strawgoh!

Puck dio las gracias inclinando la cabeza, cogió su gran mochila y un saco de ropa y empezó a andar.
   No miró a atrás, sólo caminó.
   Llevaba ya dos semanas buscándola, viajando por Strawgoh y escuchando a los vecinos. Se sienta en bancos, se pone a fumar apoyado en la pared y coge toda la información que puede. Los bandidos, que eran muy extraños, le dejaron unas notas y unas medicinas para curarse la lengua. Tuvo que confiar en ellos, y le iba aplicando cuidados lo mejor que pudo. Tuvo problemas los primeros días, la lengua que no tenía le picaba mucho y él era incapaz de leer las notas de los bandidos. Tuvo que entrar a la tienda de un sanador y él le leyó las notas. Muy amable el señor, la verdad. Puck había oído mucho durante esas dos semanas, y llevaba tres días centrado en seguir a los bandidos. Se ve que estos, a su vez, siguen a los distintos nobles y les atacan. Pequeñas emboscadas y ataques por la noche. Claramente, no son 300. Ni siquiera cien. Pero eso a Puck le daba igual, aunque fuesen mil él recuperaría a su Acantha. Llevaba con él un cuchillo, pues nunca llegó a comprarse ninguna espada. No sabía si lo usaría alguna vez, y rezaba cada noche para no tener que usarlo.
   Finalmente llegó a la bifurcación del río, eligió el camino de la derecha y empezó a seguir el agua. Estaba atento, por si oía algún ruido extraño. Por si veía humo, por si encontraba un rastro de sangre... Lo que fuese. Se dio cuenta que no estaba demasiado lejos de la frontera con Lakslane, donde había estado sólo hacía cuatro días.

Los bandidos se llevaron a su Acantha en Strawgoh, su casa. Después fueron a Lakslane y estuvieron un tiempo viajando por ahí hasta que volvieron a Strawgoh. Puck hizo exactamente el mismo camino, en Lakslane habló con la pareja de ancianos, y gracia a ellos pudo ir a Strawgoh, al norte, y seguir el rastro de los bandidos.
   Puck había vivido muchos años en Lakslane, hasta que llegó la Guerra de los ríos. Lakslane era su país natal pero llevaba ya mucho tiempo viviendo en Strawgoh, así que conocía bien ambos países. Strawgoh era el doble de grande que Lakslane. Todo porque una década atrás un rey y una reina, de países que ya desaparecieron, se casaron. Y de esa unión nació Strawgoh, más grande, poderosa y rica que sus dos países vecinos. 
   Puck vio humo, por fin. Una gran columna de humo ascendía entre unos árboles. Dejó su mochila escondida entre la vegetación, sacó su cuchillo y sudando hasta por las orejas se dispuso a recuperar a su nieta. Empezó a avanzar, cuidando de no pisar ninguna rama, empezó a oír voces. Hablaban de comida, de ciervos y conejos. Uno de ellos dijo Acantha. ¡Sabían su nombre! Aligeró el paso, tenía que salvarla. ¡Esos salvajes, esos malnacidos! ¿Qué le habían hecho? Escuchó un ruido detrás suyo y su corazón se detuvo durante un segundo, se preparó para lo peor y se dio la vuelta preparado para luchar contra su enemigo. Contra ese bandido capaz de acabar con los ejércitos de Dent, esos hombres que viajaban por los dos países atacando a los nobles. Contra esos monstruos que eran incluso capaces de matar soldados del rey Roland ¿Y qué podría hacer él? ¿Qué podría hacer un pobre viejo sin lengua contra...
   ¿Acantha? Eso es lo que él pensó, pues no pudo proyectar sus pensamientos en forma de voz. Pero sí pudo proyectar su felicidad. Soltó el cuchillo, y corrió hacia su nieta.
   Acantha estaba cambiada, vestía unas prendas... vestía pocas prendas. Llevaba un cuchillo en la mano y carne clavada en él. La pequeña lo tiró todo y corrió hacia su abuelo. Se abrazaron con mucha fuerza y se besaron sin parar. Ella le preguntó cómo la había encontrado, pero él no pudo contestar. Puck abrió la boca y cuando su nieta lo vio lloró. Lloró como si el mundo hubiese perdido algo más que una pequeña lengua. Y los bandidos escucharon a Acantha llorar.
   Puck no tuvo tiempo para nada, unos dos mil arcos aparecieron y todos le rodeaban.
   -Pervertido, aléjate de ella o te llenamos de flechas-. Dijo uno de ellos, pelirrojo y alto. Muy alto y delgado.
   -¡No! -Gritó Acantha-, ¡Es mi abuelo!
   La confusión desapareció rápidamente. Acantha le explicó que los bandidos cuidaban de ella, le enseñaron a cazar y le explicaron historias de su mundo. Pero que le echaba de menos, y no podía dormir sola porque lloraba cada noche por su abuelo.
   -¡Y los he visto desnudos abuelo! Nos duchamos todos juntos, aunque yo no pudo hasta hace dos días. Y he visto lo que les cuelga. La primera vez me reí mucho y pensé que me iban a matar, Skar se acercó a mi con cara de... ¿Que quién es Skar? El pelirrojo, el que te ha llamado pervertido. Pues Skar vino y me dijo "Acantha, nunca te rías de la polla de un hombre desnudo". Y yo le dije: "Skar, ¿desde cuándo eres un hombre?"
   Acantha rió como nunca había reído, e incluso Puck tenía ganas de reír. Su nieta parecía otra, viajar con los bandidos la había convertido en una mujer. Sabía como tratar a los hombres, sabía qué significaba ser una mujer y parecía no tenerle miedo a nada. Puck movió las manos para preguntarle a Acantha que por qué no le llevaron a él.
   -Pues... no tenían sitio. Ni comida. Keithl les dijo que estos días costaba mucho cazar.
   Hablaban por gestos, era un juego que habían inventado años atrás. Era su juego, su idioma secreto. Pero Puck sólo podía pensar en una cosa.
   "Repite eso." Dijo Puck, con señas. 
   -¿Que repita el qué? -Preguntó Acantha, era tan distinta. Tan atrevida, tan salvaje, pero no parecía para nada un monstruo. Puck vio que su nieta se estaba convirtiendo en una mujer. ¡Céntrate abuelo! se dijo a él mismo-. ¿Qué quieres que repita? No podíamos cazar, lo siento abuelo. ¡Yo les lloré, se lo supliqué! Y cuando me di cuenta que ya no tenía lágrimas, les pegué y mordí. Pero Keithl...
   Puck saltó sobre ella. "Repite eso", le dijo.
  -¿El qué? ¿Keithl? -Sí, contestó su abuelo-. ¿Quieres que te hable sobre Keithl? Pues... no le conozco, se ha llevado a algunos hombres para hablar con espías que tienen. Aunque no lo parezcan están muy organizados, y son muy cultos. ¡Me obligan todos los días a estudiar historia! Es muy aburr... ¡De acuerdo! Pues Keithl... dicen que es joven, pero no un niño. No como yo. Que es muy guapo y fuerte. Y... no tiene familia, dicen que se unió a ellos hace años. Su antiguo jefe, que era más bestia que persona, mató a su familia. Keithl se fue con ellos, años después le mató y tomó el liderazgo. "¡Desde Keithl, comemos con cubiertos!" dicen que es una frase de Clown, porque Keithl les impone disciplina. Me obligan a estudiar porqué él les obligó. ¡Es igual que tú! Tú también me obligabas a estudiar de pequeña... ¿por qué será abuelo?
   Puck le contestó con señas, y cuando Acantha entendió lo que esos movimientos significaban se quedó helada. Comprendió los nervios de su abuelo, y fue corriendo a hablar con Skar. Le dijo que era muy importante, debían encontrar a Keithl. ¿Por qué?, preguntaba sin cesar el pelirrojo.
   -¡Por qué mi abuelo trabajaba para su familia! Siempre pensó que estaba muerto... pero está vivo, y mi abuelo me ha dicho esto -Acantha calló, nerviosa, y sonrió.
   -¡Vamos explícate!
  Puck lo entendió. Había críado a Keithl para ser educado, culto y gracioso. Para ser un hombre fuerte. Y así educó a Acantha, pero con los bandidos había cambiado. Acantha había pasado de ser una niña curiosa y fuerte, a ser una pequeña mujer. Y le encantaba demostrarlo.
   Su nieta sonrió, le pidió a Skar que se acercara y le susurró tres palabras al oído acompañadas de un pellizco en la rodilla. Luego, el bandido pelirrojo enmudeció, hasta que recuperó su voz y gritó a todos:
   -¡Nos vamos, hay que encontrar a Keithl!

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