lunes, 4 de noviembre de 2013

Capítulo 1

Situada a unos metros del camino, muy al este en Strawgoh y con un viaje largo hasta el río, había una casa. La casa era pequeña, con un patio ni significativo y una chimenea que humeaba en ese mismo momento. Bastaban muy pocos minutos observando el lugar, para saber que esa viviendo no era de nadie adinerado; y dentro de ella había simplemente un abuelo contando una historia a su nieta.
   -Ellos no podían pagarme más. Me compraron, por llamarlo de alguna forma, por diez monedas de oro. Era todo lo que tenían para esa semana. "Es nuestra buena obra del día", me dijo el señor Branwen. Estuve viviendo con ellos muchos años, me dieron la libertad y una casa. Cuando dijeron que no podían pagarme más, tuve que irme y no pude recriminarles nada.
   -¿Y qué pasó con ellos?
   -¿Cómo que qué pasó? Pues pudieron comer más judías cada día. ¡Una boca menos que alimentar! ¡Cinco son multitud!
   -¿Cinco? -Acantha le interrumpió asombrada y le regaló una sonrisa pícara-. ¡Abuelo, me dijiste que sólo tuvieron un hijo!
  -Vaya, ... -el viejo Puck rió, mientras echaba algo de humo-. A ver, ¡esto es secreto de estado Acantha! Ellos tuvieron otro hijo porque el otro, el mayor, ¡no era suyo!
   -¿Cómo? -A Acantha le brillaban los ojos de interés repentino. 
   -Verás, corría el año 1150 cuando un hombre... -La puerta sonó y tras dos golpes alguien interrumpió la historia. Eran tres hombres, uno de ellos con un gran sombrero verde. Entraron a la casa sin pedir permiso y un chico joven con algunos pelos ya en la cara entregó una hoja a su superior.
   -¡Por orden del Rey Roland, señor y gobernador de Strawgoh, que puso sus fuerzas, oraciones y vidas de sus subordinados por la paz de Lakslane, se ordena a una de cada cinco familias que envíen a un hombre mayor de doce años a servir al Rey. Esto, como gratitud por terminar la gran batalla de Los ríos, que podría haber aniquilado la capital de Lakslane -Dobló la hoja y la devolvió al chico de la poca barba. Después se quedó mirando al viejo Puck y a su nieta-. Bien, abuelo, el rey le ordena ir.
   -¿Ir? ¿Ir a dónde? -preguntó nervioso.
   -Debe ir a la corte, ahí se le asignará un oficio desde ese día hasta el momento de su muerte.
   -¡No puedo! ¡Imposible! -Se sentó en su sillón y cogió su pipa-. Vayan a la casa de al lado, dijo una de cada cinco familias. Esta familia es de dos miembros, si me voy no será familia ni nada. ¡Doy gracias al rey Roland por haberme acogido en su país, pero no puedo dejar la casa!
   -No hay opción señor, usted es parte de una de las familias de Strawgoh que debe ir. Ya sabe, por haber venido desde Lakslane - el capitán se acercó al abuelo-. Debe venir.
   -Pero... -la pobre Acantha se acercó al chico de poca barba, pues era el único que no le daba miedo-. ¿el abuelo se tiene que ir?
   -Niñita, hay muchas guerras civiles en Lakslane y vosotros vivisteis ahí durante muchos años. Esa batalla estaba a las puertas de la capital y os salvamos el culo -"Cuida tu lengua", añadió Puck con la mirada-. Salvamos a vuestro país y os acogimos en el nuestro. Ahora tu abuelo debe devolvernos el favor.
   -¡Pero no puede irse! Esta noche cenaremos judías y no ha acabado de contarme la historia de... 
   -¡No! -Puck la interrumpió, levantándose de golpe-. Lo siento caballeros, pero no puedo irme.
   El capitán no dijo nada, se dio la vuelta e indicó algo con la cabeza a su otro compañero, un hombre gordo y calvo. Éste, cogió a la pequeña Acantha y se la llevó fuera, al carruaje. Puck fue corriendo para salvarla pero no tuvo tiempo para nada, el joven le dio una patada y lo dejó en el suelo. El capitán fue a ponerle los grilletes cuando de repente el viejo sacó un cuchillo escondido y cogió al joven del cabello.
   -¡Señores, por favor! Déjennos en paz, por favor -Las lágrimas empezaron a surgir-. Sólo soy un viejo...
   Todo fue muy rápido. El capitán sacó un revólver, disparó pero Puck se cubrió con el joven. Éste murió. Después el capitán desarmó a Puck y le puso los grilletes. Lo sacó al carro y llamó a su compañero, nadie respondió.
   -¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? -preguntó cabreado el soldado.
   -¿Quién? ¿Y mi nieta?
  -¡Maldito viejo! -El capitán cogió a Puck por la cabeza y le estampó la cara contra el carruaje- ¡Dime dónde están o... te corto la lengua!.
   -No lo sé, lo juro. ¿No ha visto que no me ha dado tiempo a hacer nada?
  El capitán vio la lógica, pero no quiso entenderla. "Has asesinado a un oficial, y otro ha desaparecido por su culpa. Se os cortará la cabeza en la corte, os dije que al final vendríais...".
   Le arrastró hasta el interior del carruaje y le encerró.
  -¡Maldito negro! He leído tu informe entero. La mayoría de años viviendo en Lakslane y no has participado en ninguna batalla, ¿es que no te interesan las peleas de los nobles? Parece que llegaste a Strawgoh dias antes de la Batalla de los ríos... eso sí que es suerte, si uno de los dos ejércitos hubiese pasado cerca de donde vivías habrías muerto seguro. Dime negro, ¿a quién rindes cuentas tú? - Puck no contestó. - ¡Pide ayuda a tu rey! ¡Pide clemencia!
   -Pago mis impuestos señor, cuido la tierra y doy gracias cada día al rey. ¿No es eso suficiente?
  -¡No! ¡También debes luchar! ¿Por qué nunca has ido a ninguna batalla? No será por no saber luchar, a ese chico le has matado con mucha facilidad...
  -¡Pero... -Prefirió no decir que le había matado él, y no el viejo Puck-, Por favor, yo sólo quiero estar con mi nieta.
  -¡Traidor! ¿Así agradeces lo que el rey te da? Como te dije... -Sacó un cuchillo y apuntó amenazante a Puck-, te cortaré la lengua por no ser fiel a tu rey. Cuando lleguemos a la corte, serás ajusticiado. 
   Puck se resistió, pero no pudo hacer nada. El soldado le abrió la boca y le quitó su lengua de un tajo. 
   Una flecha, sólo una, fue suficiente para atravesar el corazón del capitán. Puck cayó y se golpeó la cabeza, sólo pudo escuchar las voces unos segundos antes de desmayarse. "¿Nos lo llevamos también? No, no tenemos tanta comida. No cojas nada de la casa, sólo vámonos."
  Y pasaron horas hasta que el viejo se levantó. Estaba en su cama, tumbado. Y curado. Fuera no había nadie, ni en la casa. Ningún cadáver de ningún soldado. Tampoco su nieta. No tuvo tiempo para lamentarse, cogió todo lo que pudo y su bastón, y salió a buscarla.

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