martes, 12 de marzo de 2013

Capítulo 13: Fin

El Fantasma deambulaba, sin rumbo, como si eso lo fuese a solucionar todos. Le gustaba contar sus víctimas cada mañana, al levantarse, se emocionaba cuando tenía que añadir una cifra más. Hoy, ya llevaba trece. Un mal número, no le gustaba ese número. Cuando levantó la vista observó un taxi, en la lejanía, corrió hacia él y al subir indicó al conductor que le llevara a su casa. Llegó, pagó y entró. Una chabola, asquerosa, mugrienta, su hogar. Sólo había un sofá rayado, un baño y una cocina. Ningún lujo, no lo necesitaba. Él era feliz así. Esa sensación de no tener nada y tenerlo todo, de que nada te falta y de que no necesitas nada. Bueno sí, matar. No lo necesitaba, pero le gustó tanto la primera vez que tuvo que repetir. Y la segunda, y la tercera... Hasta que se enganchó.Mataba al que se cruzaba al llegar al número 100, mataba a la camarera que le sonríe, tal vez a un hombre por estar demasiado gordo. Ese gordo le trajo problemas, él entró y le disparó. Como siempre, sin planificarlo, sin errores. Pero al par de días un colega le dijo que le buscaban, tres tíos y una tía estaban investigando el caso. Les escribió una carta, esperando que así se acojonaran. Lo hicieron, pero persistieron aún más. Finalmente decidió pasar a la acción. Era la primera vez que tenía una víctima real, alguien a quien acechar y en quien pensar mientras dormía. Supuso, que era lo mismo que estar enamorado. Uno cayó, literalmente. Su colega le dijo que la mujer estaba desesperada, que la había visto romper platos y llorar en el suelo de su comedor. La tenían vigilada, los tenían vigilados. Tal vez no tenía lujos, pero sí amigos. Y los amigos pueden ser realmente útiles. Era como si tuviese 100 ojos, 100 manos, ningún corazón. Estaba en todas partes, como un Fantasma. Nadie le veía. Le encantaba ese nombre, muy poético. Nunca supo muy bien qué significaba la expresión "poético", pero le gustaba. 
Decidió ir a por la mujer, ir a su casa, entrar y matarla. No duraría ni un segundo, nadie le vería llegar y nadie le vería irse. Invisible, como siempre. Decidió hacerlo al Lunes siguiente, sabía que ella trabajaba hasta las 2 del mediodía. Le habían dicho que los otros dos estaban ocupados, trabajando, hasta tarde. Perfecto, le gustaba despacharlos de uno en uno. Más tranquilo, más seguro, más íntimo, más suyo. La mujer seguía destrozada, llorando y llorando sin parar. Le sorprendía bastante que aún la dejaran ir a trabajar, él ya la hubiese echado. Hace tiempo. Pero todo se solucionaría. "Todo estará bien, querida" se dijo para él mismo. Y sonrió, estaba contento. Por fin, otra vez. 
Y llegó el Lunes. Se despertó temprano y preparó bien el arma. La limpió, la cargó y la contempló. Tan bella, tan fuerte, tan suya. Recordó cómo la había conseguido, años atrás. Un robo rápido, con navaja, en un callejón. Una navaja a cambio de una pistola, un buen trueque. Pidió otro taxi, pidió que le llevaran a unas 3 calles de la casa de la mujer. Llegó, pagó y se fue. Siempre llevaba dinero, para comida y taxis. Robar una cartera era muy fácil, también rastrero, pero necesario. Cuando llegó a la calle de la mujer la vio bajar de su coche. Era hermosa, realmente hermosa. Las curvas, el pelo, brillaba la belleza aún en la distancia. Se excitó. ¿Por ella o por lo que iba a hacer? Cerró la puerta y entró, él se quedó un minuto observando desde lejos. Las cortinas estaban cerradas, llevaba toda la mañana trabajando. Seguro que se tiraría sobre el sofá o se metería en la ducha. Podría violarla, antes de pegarle un tiro. O tal vez después. No, no podía dejar pistas. ¡Imbécil! Finalmente se dirigió a la casa, ella estaría ahí esperándole sin saberlo. Qué tensión, qué nervios. Su primer asesinato realmente premeditado. ¡Esto era la bomba!
Al abrir la puerta no tuvo tiempo ni a reaccionar, sonó un click y al bajar la vista vio una caja al lado del marco, con una nota "Muere, cabrón." Nadie encontraría la nota, seguramente nadie encontraría ni la puerta. Y mucho menos a él. 


Stan entró en el bar y pidió una cerveza, se dirigió al final del establecimiento y se sentó. Preciosa, no pudo evitar pensarlo. Seguro que Luís también lo pensaba. Y Patrick, él también lo creería. Oh Patrick, oh mierda. Sonrió, fingiendo alegría. Después se bebió de golpe media jarra de la cerveza que le llevaron, fingiendo que la necesitaba. Fingiendo tristeza. Patrick estaba muerto. Patrick había sido un amigo para él, al igual que Luís y Lucía. Ellos le habían sacado del pozo, y ahora Patrick estaba muerto. Muerto, joder. Una lágrima, Lucía la vio y se la secó con la mano. Qué dulce, qué bella, qué todo. 
- El Fantasma está muerto, cayó de cuatro patas. Todo ha acabado. - Lucía estaba tranquila, anunciaba el éxito de su plan como quien hablaba de la película que vio la noche anterior. Simplemente espléndida.
- ¿Cuál era el plan exactamente? No nos lo quisiste contar. - Luís estaba nervioso, Stan sabía que a él le estresaba el no haber sido partícipe de esa tremenda explosión. Sólo fue un espectador más de Lucía, al igual que Stan.
- Os pedí hace una semana que me dejarais en paz, me mostré todo lo deprimida y desesperada que pude. Me mostré exageradamente destrozada. Me mostré para él. Sólo era un sádico, un asesino, un psicópata. Y yo tenía la corazonada que si llamaba la atención, él vendría. Como un niño pequeño. Y así lo hizo. He tenido que estar una semana con mil ojos, siempre con la mano en el bolsillo agarrando una pequeña pistola. Cuando entraba en mi casa colocaba la bomba y salía corriendo por la puerta de atrás. Siempre, cada día. Era un plan suicida, el típico cebo la diferencia era que el cebo era yo. Pero ha funcionado, llegué de trabajar y al entrar en casa dejé la bomba y corrí hacia la puerta de atrás. Como cada día. La bomba tenía la potencia exacta para destrozar a la persona que abriese la puerta, no tenía la suficiente magnitud para alcanzarme. Pude verlo en primera fila, su cara al bajar la mirada. Ese hombre tenía ojos de loco, como ya imaginé.
Espléndida, magnífica. ¿Cómo podía una mujer ser tan valiente?
- ¿Por qué no nos lo contaste? 
- Nos vigilaban, tenía que ser un teatro perfecto. Tenía que llamar la atención pero sólo yo, tenía que olvidarse de vosotros.
- ¿Y cómo estabas tan segura que funcionaría? - Luís ya no estaba cabreado, ahora estaba sorprendido.
- No lo estaba, no sabía si funcionaria. Pero después de lo de... - Silencio. No pudo sacar una palabra más, bebió de su GinTonic y bajó la cabeza. A todos nos había afectado la pérdida de nuestro amigo. Pero en Lucía habia sido diferente, se había vuelto más... Ella, tal vez. Más fuerte, más distante, más seca, más graciosa. Más todo. Luís decía que había elegido ponerse una máscara enorme. Pero cuando hablábamos de él, la máscara se rompía en mil pedazos.
- Todos le echamos de menos. - Dijo Stan, intentando consolarla.
- Sí, lo sé. - Lucía seguía nerviosa. - Pero ya ha sido vengado. Brindemos, por Patrick. Un hombre estupendo que se fue, como to... casi todos, demasiado pronto.
 Luís se levantó y se acercó a la barra, pidió tres chupitos de Ginebra. Al volver a la mesa en el bar empezaron a sonar los Sex Pistols. 
- ¡Por Patrick! - Un grito, fuerte, alegre, triste, el último. Tal vez.
"Por ti". 

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