Llevaban ya unos días ahí, planeando. Lucía estaba tumbada en su cama, observando el techo. No le apetecía moverse de ahí. No tenía ganas de comer, beber, moverse, vestirse. Las sábanas se le pegaban a la piel y ella seguía dándole vueltas al plan de Luis. Parecía un buen plan, pero no acababa de convencerla. Tanta espera, todo tan metódico, el tener cada uno un puesto tan específico no le gustaba nada. Ella prefería vigilar un poco la zona y atacar. No le gustaba tanto planearlo todo, ella prefería moverse. Lo que dicen: "Disparar, y luego preguntar". Ya dio su opinión cuando trataron el plan, pero todos dijeron que su método era demasiado temerario. No se la podían jugar así, pero ella no entendía el porqué le cuestionaban si ella entendía más. Finalmente decidió ir a hablar con Luis, pero ni siquiera quería hablar de eso. Se puso un vestido rojo, unas zapatillas blancas bien abrigadas y fue a la habitación de Luis. Estaba al final del pasillo, llamó a la puerta.
- ¿Sí? - Sonó en el interior.
- Soy yo. - Seca.
- Ah, pasa. - Graciosillo.
- Quería hablar contigo. - Luis le sonrió cuando ella entró y le ofreció una bebida, la rechazó. Después le indicó que se sentara en la cama y se quedó esperando a eso que tenía que decirle, con una sonrisa en la boca. - Quería hablarte de todo lo que sabes de mí.
- Nada saldrá de mi boca, ya sé qu...
- No, - Lucía quería controlar la situación, le encantaba ser quien llevaba los hilos. - no se trata de eso. No quiero que lo hagas por no ponerme en peligro. Sé que no me traicionarás, - Luis asintió con la cabeza. - es sólo que me han pasado cosas que tal vez no entiendes del todo.
El pulso de Lucía se aceleró, se puso nerviosa. Pidió un Whisky, Luis adora a las mujeres que beben Whisky. Lucía lo notó, pero no lo importaba. Se acabó el vaso de un trago y lo dejó de nuevo encima la nevera. Después volvió a tomar las riendas, aunque Luis intentó adelantarse:
- He encontrado tus secretitos, pero aún sabiendo que algo te ata con el gordo, no sé qué es. - Lucia no dijo nada, se sentó de nuevo a su lado y le dijo si quería saberlo, si podía confiar en él. Ella conocía la respuesta, y si no la conociese no la habría preguntado. Es más, ella sabía lo que él haría, ella sabía que podía. - Sí, puedes confiar en mí.
- Hace años estuve trabajando para él. Aunque también éramos pareja, aún no era el gordo. Da igual cómo se llamara, calla, de verdad que no importa. La cosa es que yo... bueno, robaba para él. Eso ya lo sabías, supongo. Todo lo que sé ahora, todo lo que permite quitarte lo que tienes en tu cuarto sin ni siquiera tú enterarte... fue gracias a él. No te rías, te sorprenderías de lo que soy capaz. ¿Qué, que ya lo sabes? Bueno, el tema. La cosa es que yo era muy feliz, no me gusta nada decir que estaba enamorada. Él era talentoso, él era tan tierno, se preocupaba tanto por mí... Pero es tan fácil caer en la trampa. Cuando llevaba años robando para él, cuando se había montado una fortuna gracias a mí, empezaron a aflorar mierdas. Me enteré que también se tiraba a otras de sus "chicas", como él las llamaba. A mí me llamaba Princesa, supongo que quería hacer que me sintiera importante. Es un cabrón, se las follaba a todas y luego venía a mí. "Princesa, mira lo que te he comprado, ¿te gusta este reloj?". Yo como una tonta le daba un beso, le daba las gracias y el polvo de su vida. Cada noche era el polvo de su vida. Me di cuenta al dejarle que todo lo que me regalaba yo podría robarlo. Finalmente ocurrió la gran desgracia, me quedé embarazada. Sí, ya sé que suena raro decirlo así pero... por eso vino todo. Le dije que quería dejarlo, que quería que formásemos una familia. Quería criarlo con él, quería ser feliz. De verdad, le quería... Calla, no pienso llorar, sólo pienso en cargármelo. Él me dijo que no, que seguiría trabajando para él. Al principio no me atreví a llevarle la contraria, luego empecé a insistirle. Entonces él empezó a cambiar. Me enseñaba fotos de las mujeres con las que se acostaba, no me pagaba casi nada. Pasé mucha hambre esos días. Vivía en palacios, iba a fiestas con una clase impresionante. Pero ese mamón no me dejaba comer, por eso ahora está así de gordo. Finalmente un día exploté y le dije que o me dejaba o iría a la policía. No le gustó la amenaza, no le gustó nada. Aún recuerdo el sabor de la sangre. Recuerdo cómo caía de la ceja, del labio, de la nariz. Recuerdo la cicatriz en la pierna, aún la tengo. Dicen que una cicatriz no es bonita en una mujer, yo creo que ésta me queda genial. Al final le dejé. Me fui, bien lejos, pero no hablé con la policía jamás. Él no pudo encontrarme, yo empecé a cometer grandes robos y he podido vivir en paz. Y ahora yo le he encontrado.
- ¿Y tu hijo? - Luis escuchaba muy atentamente la historia de Lucia. Parecía que a ella le dolía, pero en sus ojos no había dolor, no había tristeza. Esa mujer era fuerte, fuerte de verdad. Ya lloró una vez, se notaba que no volvería a hacerlo.
- No hubo hijo. Aborté, esa paliza fue fatal. Ya no puedo tener hijos, - Esa era la razón, - nunca. - por eso le odiaba. - El gordo me quitó mi familia, lo tenía todo pensado. Su nombre, cómo educarle... Pero eso ya es cosa del pasado. Una mujer puede perderlo todo cuando pierde un hijo, cuando le dicen que nunca podrá tener ninguno. Pero yo ya lloré suficiente, ahora haré que él sufra.
Lucia se marchó de la habitación, Luis le prometió que no diría nada y que el plan cambiaría un poco. Ella sabía que iría así, adelantaron el golpe. Ella no podía esperar, y ellos harían lo que ella dijese. Era su reina. Después pensó en él, por alguna razón no quería matar ahora al gordo. Por alguna razón le apetecía verle. Fue a su habitación y se cambió, dejó el pijama y cogió un vestido negro. El hombro izquierdo libre, unos tacones bien altos, una figura ceñida. Se pintó los labios de rojo, siempre rojo. Bajó a la planta de abajo y sin dudar llamó a la puerta.
- ¿Lucía? Sí, imaginé que serías tú por los tacones. Espera, ahora te abro. - Cuando él le abrió la puerta, no pudo decir nada más.
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