viernes, 8 de mayo de 2015

Capitulo 22

Al sur del palacio, entre los bosques, una casa ardía. El olor de la madera quemada lo inundaba todo y una horrible chimenea de humo ascendía y se mezclaba con las nubes blancas. Un huerto, una vez rebosante de tomates, patatas, lechugas; ya no era más que restos de ceniza. El crujir de las tablas empezaba a cubrir la escena  mientras las verjas se desmenuzaban y caían una tras otra. Observando como la casa se consumía por el fuego, Christine no sonreía.
     Una gota cayó al lado del ojo derecho y Skar se despertó. Le dolía la espalda, y las piernas, y la cabeza. Resumiendo, todo su cuerpo era una acumulación de dolor. Estaba tumbado sobre la hierba, podía escuchar el correr del agua en la distancia y el sol le golpeaba en la cara. Otra gota, que se deslizó desde una hoja, cayó sobre su cuello.
     Una mano se posó sobre su hombro mientras otra, húmeda, le acarició la cara. Acantha le miraba desde arriba, con los ojos rojos y la cara llena de arañazos. Sonreía con tristeza.
     -¿Qué ha pasado? -preguntó Skar desconcertado.
     -Es una historia muy larga, mejor descansa.
     Acantha se inclinó y le besó en los labios, y con el calor de la chica en su boca se olvidó del dolor y la desorientación, y se durmió de nuevo.

Cuando despertó horas después seguía tumbado en la hierba, pero notó presión por el pecho y la cara. Al pasarse la mano derecha, vio que estaba vendado. Tenía la mano derecha negra, llena de quemaduras. "Se curará" pensó, esperanzado. Luego levantó la mano izquierda. Y no vio nada.
     Acantha corrió a su lado y le abrazó intentando que no se moviera demasiado. Skar lloraba con fuerza y apretaba los dientes, parecía que en cualquier momento su mandíbula se partiría en mil pedazos. Su cuerpo se encogía y hacía una fuerza exagerada con el pecho, empezó a respirar con fuerza y a contraer todos los músculos del cuerpo. Su mujer intentaba calmarlo pero sabía que era inútil, sólo necesitaba algo de tiempo.
     Veinte minutos después, Skar se relajó, se dejó caer sobre la hierba y Acantha le contó lo que pasó.

     -Richard ha muerto. Nos lanzó un hechizo muy potente y varios árboles explotaron a nuestro alrededor. Una explosión te alcanzó justo al lado del brazo y... -Acantha no supo cómo acabar la frase y Skar le indicó que podía saltarse esa parte-. Yo estuve unos minutos inconsciente, por el golpe de la explosión y eso. Al despertar, vi a Richard bajo un árbol. Estaba destrozado, aplastado. Vi que no había nada que hacer y te busqué a ti. Intenté despertarte, reanimarte, pero no había manera. Respirabas y estabas vivo, pero no te movías y algo me decía que teníamos que irnos de allí rápidamente.
     »Cargué tu cuerpo y salí corriendo. Me metí en los bosques, escondida, y te curé como pude. Hice un torniquete en el brazo y te lavé algunas heridas. Entonces te despertaste, te has despertado varias veces desde entonces. Pero estabas demasiado herido, o conmocionado... no sé, te desmayabas una y otra vez.
     »Te llevé más adentro de los bosques y conseguí algo de agua y comida. Durante un par de horas estuve cuidándote y vi que ibas mejorando, pero no estabas bien... Entonces llegó Christine. Oí caballos llegando a la playa, encontraron a Richard y fueron a por su cuerpo. Christine iba con tres o cuatro guardias, no lo recuerdo bien. Yo estaba sola en el bosque, tú estabas muy mal herido, Richard estaba muerto y cuando vi a Christine una parte de mí pensó que todo saldría bien. Corrí hacia ella como un niño corriendo hacia el arcoiris, pensando que me recibiría y entendería todo lo que pasó. No podía estar más equivocada.

     -¡Christine! -Acantha llegó jadeando, con el pelo hecho un lío y la ropa rasgada y quemada. Tenía heridas y rasguños por todas partes.
     La Emperatriz la miró. No tenía los ojos rojos, ni la garganta cerrada, ni lloraba. Tenía una mirada fría, distante, incluso cruel.
     -¿Qué ha pasado aqui? -preguntó la Emperatriz.
     -Christine... Richard... siento mucho lo que ha pasado. Él-
     -¿Lo has matado? ¿Lo habéis matado tú y Skar?
     -¡No! -Acantha se sobresaltó, su grito sonó asustado y desesperado. Hacia mucho que la joven no se sentía así-. Richard era peligroso, queríamos reducirlo para llevarlo a palacio pero-
     -¿Atacasteis al Emperador?
     Así lo dijo. No dijo mi marido, ni Richard, ni vuestro amigo. La voz de Christine fue monótona y cortante desde el principio, ni siquiera sonaba como una madre regañando a su hijo. Simplemente, la estaba juzgando.
    -Chri... fue un accidente. El árbol.... -A Acantha se le subieron los colores, se puso las manos en la cara y empezó a llorar. Gemía de forma pesarosa, sintiendo el tormento en todo su cuerpo.
     -Por el delito de asesinato -Acantha apartó los manos y miró a su amiga a los ojos, sin creer lo que oía -, traición y complot contra el imperio -Acantha deseó que todo fuera un sueño, una pesadilla, que no estuviera pasando-. os condeno a ti, Acantha, y a tu marido, Skar, a morir.

     »No fueron los soldados los que desenvainaron y fueron a por mí, no habría sido un problema entonces. Fue Christine. Christine cogió la espada del soldado más cercano y se abalanzó. Verás, aunque cueste admitirlo, no me costó luchar con Richard. Él ya era un monstruo, ya había hecho cosas horribles. Pero Christine era mi amiga, la consideraba de lo poco que me quedaba en este mundo, y no podía luchar contra ella. Así que cuando fue contra mí con la espada, no pensé en encajar el golpe, o esquivarlo... sin siquiera pensarlo, corrí. Con todas mis fuerzas y el alma en los píes, huí de Christine. Skar, nunca me había sentido tan sola en mi vida.

    Skar se recuperó en un par de días. La herida se mantuvo bien y pudo moverse y montar. A las pocas horas de esconderse ya recibieron visitas de Luke y Sammy, no les trajeron buenas noticias. Las ciudades estaban empapeladas con sus caras, Christine daba una alta recompensa. No estaban seguros en ningún sitio, ni siquiera en el bosque. Sus amigos les trajeron comida, ropa nueva y les dijeron que habían quemado su casa. Eso no les dolió, ellos siempre se habían sentido sin hogar, siempre se habían sentido bandidos. Prepararon unos macutos y partieron los cuatro hacia una taberna, donde de forma segura unos pocos bandidos de quedaban podrían recibirles.
     No podían ir por los caminos, ni cerca de los ríos, por los bosques debían ponerse a trote cada pocos minutos. A Skar le empezaba a molestar cada vez más la herida y Acantha tenía que cambiarle el vendaje continuamente. Nunca llegaron a la taberna, a unos kilómetros encontraron a sus compañeros colgados de unos árboles, decorando el camino. Desde el bosque, los bandidos cambiaron el rumbo y se dirigieron a ningún lugar, sin esperanzas.

Pasaron dos semanas y las cosas sólo empeoraban. Cada pocos kilómetros se encontraban antiguos amigos, compañeros, camaradas de fiesta; colgados de un árbol, o quemados en una hoguera. Christine sabía quién tenía relación con Acantha y Skar y los interrogaba y cazaba uno a uno. Ninguno dijo nada y todos murieron. Las heridas del pelirrojo mejoraban rápidamente y llevaba vendajes ligeros en el muñón del brazo derecho, justo pasado el codo, y en el lado izquierdo de la cara donde una gran cicatriz la cruzaba de la frente a la barbilla.
     Cada vez había más soldados, tenían que meterse más y más en los bosques y la fatiga y el cansancio les ganaba terreno cada minuto. Luchaban cada segundo de su vida para creer que ésta seguía valiendo la pena. Y un pedazo importante de esperanza se esfumó el día que, observando a escondidas a una taberna, vieron como veinte guardias tendían una emboscada a Clowny y lo convertían en un colador.
     -Sólo quedamos nosotros, estamos solos. -Dijo Skar a Acantha, Luke, y Sammy, con lágrimas en los ojos.

Y por supuesto, fue cuestión de tiempo. Unos soldados los encontraron y los siguieron por el bosque. Los cuatro bandidos hicieron correr a sus caballos lo más rápido que pudieron mientras una lluvia de flechas caía sobre ellos, protegidos por los árboles.  Sammy y Luke se quedaron atrás para ganarles tiempo, y nunca más les volvieron a ver.
     Skar y Acantha estaban solos contra el mundo.

     -Le dije a Richard que no habíamos acabado con Arya para encontrarnos con algo como él, y ahora.... -La voz de Acantha era pastosa y pesada, cansada de tanto tiempo huyendo y sufriendo. Cada día al despertar tenía que mirar sin falta a Skar, para recordarse que tenía que seguir con vida.
     El matrimonio estaba escondido en una cueva en lo alto de una montaña, sabían que tarde o temprano los soldados llegarían allí, pero podrían tener un par de días de descanso. Ya habían olvidado cuanto tiempo llevaban así. Tal vez fuera un mes, o dos, o un año ya. Cada segundo pesaba como un siglo. No era como cuando iban con Keithl, huyendo de soldados pero rodeados de amigos y risas. Acantha y Skar sólo se tenían el uno al otro, y en eso se debían sostener.
     El reino de terror, por llamarlo de alguna forma, de Christine no tenía nada parecido con lo que hiciera Arya o Richard. Christine no vivía en abundancia y hundía al pueblo en guerras y pobreza. Christine no viajaba por el mundo matando a cualquiera sin compasión ni remordimiento. El Imperio seguía siendo el lugar más pacífico y seguro que había, los soldados eran serviciales y ocupaban caminos y tabernas. Había empezado una reestructuración de puentes, puertos y caminos. Y todos los ciudadanos escupían al cruzar el dibujo con la cara de Skar o Acantha que colgaban en cientos de paredes, Christine convenció al mundo que ellos eran monstruos y Richard fue una víctima.
     El tiempo les golpeaba como espadas. Los que una vez fueron prácticamente héroes, los que salvaron Lakslane y Turdland, aquellos que acabaron con toda la vileza escondida en Strawgoh, convertidos en no más que dos simples fugitivos. Y fugitivos es una palabra demasiado bonita, prácticamente con un costado romántico o poético. Porqué aunque intentaran darle un sentido bello en mutua compañía, no había nada bello en la huida que tuvieron que seguir durante años. Acantha y Skar recorrieron el imperio entero -sin posibilidad de acercarse a un barco- de norte a sur y de este a oeste más veces de las que pueden recordar. Y con el tiempo, como todos los que viven corriendo, se convirtieron en sombras o fantasmas del pasado. Todos, incluso los más envenenados por el odio, se postran frente al olvido. Todos, menos ella.

Fue en el año 1190, aunque el hechizo había desaparecido tres años atrás, cuando la Emperatriz lo vio. Había un cofre extraño en el Palacio, que Christine no había visto nunca. Se acercó a él y lo acarició, sintió la fría madera en la mano y tuvo una extraña sensación. Como si hubiese descubierto el mayor secreto del mundo. Y tal vez no era el mayor, pero sí uno de los más importantes. Abrió la tapa y descubrió que el cofre sólo guardaba un libro, reposando al fondo de éste y esperando a que alguien lo recogiese. Christine metió las manos y cogió el libro. Cuando empezó a ojearlo, sonrió.     

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