lunes, 16 de marzo de 2015

Capítulo 19

Richard se despertó siendo la persona más poderosa del mundo, y sintiéndose la más desgraciada.
     Habían pasado dos años desde el fin de la guerra, y muchas cosas habían cambiado. Strawgoh ya no existia, ni el reino de Lakslane y Turdland. Todo por lo que Keithl había luchado, desaparecido. Todo el daño que Arya había hecho, olvidado. Todas las tierras que envolvían a Richard, tanto al norte como al sur, tanto al este como al oeste, incluidas las islas, eran suyas. Christine había ido en persona a hablar con los reyes de las islas del Norte, Este y Oeste, para anexionarlas a su reino. Estos aceptaron sin problemas pues Christine les prometió que podrían seguir gobernando en sus islas, pero ahora eran subordinados de los reyes. No fue a las Islas del Sur, Richard le dijo que no hacía falta que fuese a ver a los magos, que él podía comunicarse con ellos a través de la magia. Ella le creyó, y el le mintió y dijo que los magos serían también ciudadanos de su nuevo reino.
     El mundo no había conocido nunca un imperio tan grande, que ocupara todo el continente y los cuatro archipiélagos. El mundo nunca había visto nunca a alguien con tanto poder como Richard y Christine, emperador y emperatriz del Imperio Unido.
     En el Imperio Unido no había bandidos, pues Acantha y Skar eran aliados. En el Imperio Unido no había guerras civiles, pues los nobles (ahora llamados Reyes) tenían un poder prácticamente pleno sobre su territorio, siempre que recordasen por quién luchaban y quién les protegía. El Imperio Unido era un territorio fructífero, pacífico y con un ejército enorme que desde que se formó, dos años atrás, nunca había levantado las armas.
     Christine había establecido una política de control sobre el imperio, asentando Puntos de guardia en todos los pueblos mayores, ciudades y cruces de caminos. En los puertos y embarcaderos, en todo lugar importante del imperio, cualquier ciudadano podía encontrar un soldado que le ayudase. Estos tenían la orden absoluta de proteger a los ciudadanos del imperio, de salvaguardar la paz y de rendir por el emperador y la emperatriz. Los ciudadanos, a diferencia de cuando eran reinados por Arya, eran felices, pues veían que los soldados estaban allí, exactamente, para protegerles.
     La emperatriz había organizado el territorio en Reinos, donde un rey tenía su ejército y sus ciudadanos le pagaban los impuestos,  y una parte de estos iban destinados a la Fortaleza Imperial. Había una relación directa de subordinación, todo ciudadano formaba parte de un reino y del imperio, y el reino debía proteger a sus ciudadanos y obedecer al Imperio, a la vez que debía mantener una relación de paz con los otros reinos. En dos años, esta organización no había dado ningún problema.
     Christine había reconstruido los caminos y levantado puertos en los principales puntos de comercio con las islas, había construido una red de comunicación fluvial, marítima y terrestre en todo su imperio para que la comunicación fuese eficiente. Viajar ahora no era un problema en el imperio, y cualquier ciudadano podía ir de una ciudad a otra sin problemas, y encontrar por el camino gran cantidad de tabernas donde descansar, y hospedarse. Las tabernas siempre estaban llenas de soldados, así que no importa donde uno esté, siempre estaba protegido. Había acuñado una moneda única para el imperio, había creado un nuevo escudo, una nueva bandera, nuevos títulos nobiliarios... Christine había llevado al mundo entero a renacer.
     Y mientras la emperatriz Christine construía un imperio avanzado en todos los sentidos, el emperador no salía de su Palacio.

Richard llevaba dos años, desde el momento en que mató a Arya, sumido en la más profunda oscuridad. Cualquier persona en su situación, viéndose con un poder sin igual, sería feliz. Cualquier persona que viviese con Christine, una mujer de tal belleza, cualquier persona que compartiese cama con el amor de su vida, sería feliz. Pero Richard no. Richard dormía intranquilo, Richard no comía bien. Richard era desgraciado.
     El emperador siempre lo había tenido todo en contra, desde que nació hasta que empezó a trabajar para Christine. Y siempre que parecía que las cosas empezaban a brillar, todo se desmoronaba. Se reencontró con su hermano, sólo para perderle. Se unió a Christine pero seguía sintiéndose solo. El peso que llevaba era demasiado grande, y sentía que nadie lo quería compartir. Le daba la sensación que estaba solo, que ni su esposa era su amiga. No confiaba en Acantha ni Skar, no confiaba en los Reyes... No confiaba en nadie. Cada vez que llegaba a su habitación y veía a Christine esperándole, se decía a sí mismo que todo iba bien. Que con ella, no estaba solo. Pero algo en el fondo de su corazón se negaba a aceptar esa realidad. Algo en el fondo de su alma le decía que no todos los problemas acabaron con Arya. Pero... ¿qué podía haber allí fuera que significara una amenaza para él?

El emperador Richard salió al balcón de su habitación y observó el patio, donde los árboles y plantas aún crecían. Habían empezado dos años atrás a construir el Palacio Imperial, y llevaban viviendo allí sólo pocos meses. La mayoría del palacio aún estaba en obras, pero ya tenía un patio, establo, habitaciones para los emperadores y Sala Imperial donde recibir ciudadanos, reyes, emisarios de las islas... El Palacio Imperial estaba situado justo en medio del Imperio, y servía de núcleo para la red que Christine construía. Se podía llegar al Palacio desde cualquier camino o río. 
     Los castillos de Strawgoh, Lakslane y Turdland habían sido demolidos, y sus rocas servían como cimientos para el Palacio. Así que la nueva casa de Richard era extraña, muy extraña, con muros formados de rocas de tres colores distintos. Habían alzado un edificio más grande y resistente que cualquier otro que hubiese existido antes, y cuando estuviese acabado - en dos años según los cálculos - sería aún más impresionante, y raro. Pero a Christine le gustaba y a Richard le importaba bien poco qué pinta tuviese. Así que volvió a la habitación y empezó a cruzar los pasillos y a bajar las escaleras, mirando al suelo y sin aún acostumbrarse a las rayuelas que le devolvían la mirada, siendo cada una de ellas de un color y una forma distinta a la de al lado.
     "Esto es lo que obtienes cuando construyes un castillo a partir de tres bien distintos", pensó Richard, "una casa jodidamente rara."

Christine estaba sentada en el Trono de Emperatriz, hecho totalmente de oro. El Trono del emperador estaba hecho de plata. Y la sala estaba adornada por cortinas con los colores del imperio y el escudo, colgando entre cuatro paredes de tres colores, y sobre un suelo que recordaba un puzzle mal acabado.
     -Hola querida -Richard besó a su esposa delante del Rey que estaba arrodillado frente a los tronos, ignorándole-, no me acostumbro aún a este palacio. ¿No sería mejor pintarlo todo de un color cuando esté acabado? O tal vez cubrir todas las paredes y suelos con otra capa de algo...
     - A mí me gusta así. Es más pintoresco.
     Richard no dijo una palabra más. Estuvo una hora sentado en el trono, en silencio, mientras la emperatriz hablaba con los Reyes y ciudadanos, que le traían regalos o le pedían ayuda por algunos desastres naturales que pudieran estar soportando. Christine estaba ya acostumbrada a ese silencio melancólico que su marido había adoptado, pero eso no lo hacía más fácil. Cuando el último visitante dejó la sala, la Emperatriz irguió la espalda y pidió una copa de vino.
     -Richard, deberíamos ir a visitar Las Islas del Sur. Hay que construir un puerto allí. Las relaciones con los m-
     -No -El Emperador no apartó la mirada del suelo. Odiaba ese suelo-. Hay que mantener una relación de cordialidad con ellos y acercarnos lo mínimo posible. No necesitamos un puerto allí. 
     -Pero son parte del imperio.
     -Necesitan y piden soledad, y eso les daremos. No lo entenderías.
     -Explícamelo -Christine se acercó a su marido.
     -Es parte de su política, de su secretismo, y es muy importante que lo respetemos. Lo siento.
     Richard se levantó de su trono y se encaminó al patio, quería ver el entrenamiento de los soldados.  Necesitaba mantener apartado a todo el mundo de la isla de los magos. Nadie podía ir allí. Nadie podía ver sus cadáveres. Nadie podía saber jamás lo que había hecho.
     Un chico joven, con túnica gris y un sombrero grande, le devolvió a la realidad.
     -Emperador, ¿quiere que empecemos a prepararle el carruaje?
     -¿Carruaje? -Richard se encaró al chico, no sabía de qué hablaba- ¿Para qué?
     -El viaje de mañana, señor, la visita a Lord Skar y Lady Acantha. 
     -Ah, no iré.
     -Pero, la emperatriz...
     -Llévale el mensaje, el emperador está indispuesto.
     Richard se negaba a ir a verlos. Se negaba a tener que hablar de Keithl, o de Arya. Se negaba a... Y entonces lo entendió. Eso que le preocupaba, esa amenaza invisible. Le habían advertido hace tiempo, los magos le advirtieron. Ahora están muertos, sólo queda él, pero le enseñaron la verdad. "Vemos en tu corazón que podrías convertirte en un gran héroe. O en un mayor villano." le dijeron. Él era la amenaza. Él era su propio problema. Richard lo tenía claro, debía irse.

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