Las puertas se abrieron y un pequeño grupo de personas entró en el patio. Delante suyo había una casa, pequeña, sencilla. Con un huerto y una zona para entrenar. Había algunas armas echadas por el suelo, y libros sobre los bancos. La Emperatriz bajó de su carruaje y se acercó a las dos personas que la recibían con una reverencia. Una mujer negra, de casi treinta años, con una vestido verde y el pelo negro recogido en una trenza, le besó la mano. Un hombre algo mayor que la mujer, alto y delgado y con una melena pelirroja, se arrodilló frente a ella. Christine abrazó a Skar y Acantha, llevaba mucho tiempo sintiéndose sola, sin amigos.
-¿Y Richard? -Preguntó Skar.
-No ha podido venir -La voz de la Emperatriz era triste.
Invitaron a su amiga al comedor, y los guardias imperiales se quedaron en el patio, charlando o descansando. Sirvieron tres tazas de té y se sentaron alrededor de la mesa.
-Bueno, ¿y cómo está? -Acantha alargó algunas galletas a su amiga.
-¿Sinceramente?
-Sí -respondió la chica.
-Mal, está raro... Lleva años raro, desde lo de Arya... No, desde que Keithl murió. Cuando era mi Guardia real era un hombre fuerte, enorme. ¿Lo recordáis? Ahora ya no es el mismo, sigue teniendo un cuerpo grande... pero parece débil. Con ojeras, un pelo débil. Come muy poco, le cuesta dormir, no habla casi nada... Ni siquiera, ni siquiera en la cama es el mismo - Christine bajó la cabeza, sonrojada. - No sé qué es, pero pasan los meses y sigue igual. Como si todo siguiera mal.
-No debe ser fácil para él -intentó tranquilizarla Acantha-, ponte en su lugar.
-Tampoco es fácil para mí Acantha... Keithl era más que un amigo para todos.
-Pero sólo él era su hermano -Cada palabra que salía de Skar parecía que pesara tres toneladas.
-¿Estás bien? -Preguntó Acantha-. Sé que no te gusta hablar de estas cosas.
-No es eso, tranquila -Skar cogió la mano a su esposa-. Estoy bien.
-Tú también lo has oído, ¿verdad?
Acantha dejó la taza y miró a Christine, tanto ella y su marido estaban callados y se clavaban la mirada uno en el otro. La chica se sintió incómoda, había demasiada presión.
-No hagas caso a los rumores -Dijo Skar.
-Entonces lo sabes.
-Sí, se oye de todo en las tabernas.
-Mis soldados también están en las tabernas, me lo han contado.
-No hagas caso.
-¿Cómo puedes decirme eso?
-Son sólo cuentos.
-¡Dicen cosas horribles de mi marido! -Christine se levantó de golpe y clavó una mirada de rabia en Skar, una lágrima gritó por libertad-. Skar... ¿y si todo viene por eso? ¿Y si Richard lo ha oído y no soporta lo que dicen de él?
Acantha miraba la escena volviendo la mirada de Skar a Christine sin parar, el tono subía gradualmente y un soldado había entrado para preguntar si todo iba bien. Skar y Christine estaban muy nerviosos, y la chica negra no entendía por qué.
-¿Qué es lo que dicen? -Preguntó.
-Nada -La voz de Skar resonó en toda la sala.
-Dicen mentiras, lo ponen a...
-¡Dicen la verdad! -Skar se levantó a de golpe-. Christine, sabes que quiero mucho a Richard, pero tú no viste lo que yo vi. Tú no viste lo que esa gente vio.
-¡Cuidado con lo que dices! -Christine se levantó también-. Mi marido no es ningún m-
-¿Puede explicarme alguien qué pasa aquí? -Acantha interrumpió desde su silla, sin levantarse, y su voz era más poderosa que la de Skar o la de la emperatriz. Los dos se sentaron-. No quiero gritos ni discusiones en mí casa, calmaos, y hablemos como personas civilizadas. ¿De acuerdo? -Miró con severidad a sus dos amigos, y ambos bajaron la cabeza. Acantha había heredado, y aún conservaba, la autoridad de Keithl.
-Christine, Richard está raro porque ha cambiado. Ese día... en la batalla... lo que hizo con Arya no es normal.
-El fuego la calcinó, por eso estaba así. No fue culpa de Richard -Dijo Christine, la voz empezaba a quebrársele.
-No fue el fuego, fue él. No sé qué era eso, yo no entiendo de magia. Pero lo que le hizo a...
-Skar, por favor.... -Christine no pudo reprimir las lágrimas-. Richard está mal, está enfermo, pero es un buen hombre, lo que esa gente dice no es cierto. -Acantha se levantó de golpe y abrazó a su amiga, que llevaba demasiado tiempo reprimiendo la tristeza y soledad dentro suyo-. Es un buen hombre.... Un buen hombre...
Ese mismo día, cuando el sol empezó a esconderse, un hombre ocultado bajo una capucha, llevando sólo una bolsa y un bastón, salió a escondidas del Palacio Imperial para no regresar jamás.
-¿Qué pasó ese día? -preguntó Acantha cuando Christine ya se había ido de regreso al Palacio.
-No puedo explicarlo, no puedo ni entender lo que vi... Pero Richard no parecía él, parecía otro. Acantha, Richard no es el mismo desde hace tiempo.
-¿Desde que Keithl murió? -preguntó Acantha, nerviosa.
-Desde que fue a ver a los magos. No sé qué pasó allí, pero desde que le vi regresar que ya parecía otro. Sus ojos, su forma de hablar... Había cambiado. Algo pasó en esa isla, algo le pasó a Richard.
Christine iba en su carruaje, llorando sin parar. ¿Y si Skar tenía razón? ¿Y si esa gente tenía razón? Su marido había cambiado, pero no era peligroso, no era un monstruo. Estaba triste, se sentía solo, con demasiadas obligaciones. Richard la necesitaba, Christine se dijo a si misma que cuidaría de su marido hasta que estuviese bien. El imperio podía aguantar sin ella unas semanas.
Un granjero estaba recogiendo sus hortalizas en el huerto situado al lado del camino imperial cuando lo vio. Un rayo cruzó el camino, dirigiéndose al mar. Venía del Palacio, y aunque le costase creerlo, le pareció ver un hombre dentro del rayó. Un hombre con un bastón y una barba pelirroja.
Cargaron las bolsas sobre sus caballos y marcharon. Su casa estaba muy al sur, así que en un par de días llegarían a la costa, tardarían luego una semana en llegar a las Islas. Skar y Acantha dejaron la casa para investigar, necesitaban saber la verdad. Si algo le había pasado a Richard en Las Islas del Sur, sólo allí encontrarían respuestas.
Cabalgaban por el bosque, preferían ir por allí que por los caminos. Conocían mejor los bosques, y algo les decía que los caminos no eran seguro. No hoy. Sabían que el imperio estaba en paz, que no había amenazas, pero algo les decía que no todo iba bien. Empezaron a ver el mar entre los árboles, cuando escucharon unas explosiones a sus espaldas.
Cabalgaban por el bosque, preferían ir por allí que por los caminos. Conocían mejor los bosques, y algo les decía que los caminos no eran seguro. No hoy. Sabían que el imperio estaba en paz, que no había amenazas, pero algo les decía que no todo iba bien. Empezaron a ver el mar entre los árboles, cuando escucharon unas explosiones a sus espaldas.
Richard se sentía vivo de nuevo, viajando por el mundo, libre. No soportaba ser emperador. Le gustaba ser mago, sin ataduras. Pero debía hacer algo antes. El gigante pelirrojo viajaba a gran velocidad por el camino real hacia el sur, hacia las Islas. Richard sabía que si alguien viajaba alguna vez allí, encontraría la verdad. Debía destruir ese lugar para siempre, llevaba dos años impidiendo que la gente se acercase y no podía hacerlo por toda la eternidad. Debía ir deprisa.
-Se ha ido, emperatriz.
Christine no podía creerlo, Richard se había ido. No había dejado ninguna nota, ni había dicho dónde se dirigía, sólo se había ido. Esfumado. Nadie lo había visto, nadie sabía por qué se había ido.
Christine salió al balcón, con el corazón roto. Richard la había abandonado, dejando todo el imperio para ella. ¿Podía aguantar tanto peso? Skar la había traicionado, y Acantha no tardaría en hacerlo. ¿Debía llevarles a juicio por lo que habían dicho de Richard? No, eran sus amigos, no podía hacerles eso. Todo saldría bien, Richard volvería. Tenía que hacerlo, ¿no? Richard la ama, y volvería, ¿no?
A lo lejos vio el mar, y supo que allí estaban los magos. Tal vez los rumores eran ciertos, tal vez la magia era la respuesta. Richard se negaba a empezar relaciones con los magos, ¿por qué? ¿Por el secretismo que llevaban? Tal vez en esas Islas estaba la verdad.
Christine miró al cielo, con el corazón en el puño, y se sorprendió al ver lo que ocurrió. De repente, de un cielo totalmente despejado y claro, cayó un rayó. Y unos segundos después, otro. Y luego otro, y otro. Los rayos caían siempre siguiendo... ¿el camino? Christine se asustó, y empezó a ver humo entre los árboles.
-¡Emperatriz! -Un soldado entró corriendo a la habitación.
-¡Enviad a alguien! ¡Lo que sea! -Christine estaba de los nervios-. ¿Por qué se está quemando el camino?
Acantha y Skar estaban asustados, mucho. No paraban de caer rayos sobre el camino, y vieron que de distintos puntos empezaba a salir humo. ¿Qué pasaba? Acantha miró a su derecha, y vio un huerto en llamas. Totalmente en llamas.
-Skar... ¿Qué está pasando?
-Richard... Hay que darse prisa, está yendo a la costa -¿Por qué hoy?
Ese hechizo era de sus favoritos. Moverse a través de los rayos, el fuego y el humo. En un día con viento favorable, podía cruzar el imperio entero en pocos minutos. Richard llevaba la vara apuntando el sur e iba lanzando piedras en esa dirección. Al caer, un rayo descendía del cielo, y cuando las llamas se conectaban él podía viajar entre ellas. Algunos rayos habían alcanzado casas, pequeños castillos o huertos de ciudadanos. Ya que no había guerras en la que servirle, podrían rendir así al emperador.
No muy lejos, al sur, dos jinetes cabalgaban hacia el mar. Estaban a pocos metros de la costa, si hubieran salido media hora más tarde, jamás le habían atrapado. El Palacio Imperial estaba a días de camino de la costa, y la casa de Skar y Acantha a unas pocas horas. Pero Richard había usado una magia extraña, y en unos minutos había llegado ya. Las explosiones habían parado y al entrar al camino Acantha no creyó lo que veía. La tierra estaba calcinada, todos los árboles de alrededor, quemados. Al girar la cabeza, pudo haber ciudades enteras, colindantes al camino, en llamas. ¿Por qué, Richard?
Christine estaba desesperada. Su marido desaparecido, todo el camino que conectaba el Palacio con la costa en el sur, estaba destrozado. Le había llegado una paloma. "Ciudades en llamas, camino destrozado. Envíen tropas." Christine envió soldados al sur, para que se pararan en todos los lugares que necesitaran ayuda, tenía que salvar a sus ciudadanos. ¿Qué estaba pasando? Corrió hacia la Sala del consejo debía empezar a prepararlo todo, habría heridos y ciudades por reconstruir. Daba igual lo sola que se sintiese, la prioridad era el Imperio, era ella quien servía a sus ciudadanos.
Por fin, el mar. Richard se mojó los pies y se sintió tranquilo. No vio navegantes, ni pescadores, ni un barco en la lejanía. Podría cruzar el mar en un momento y llegar a las islas. No sabía ningún hechizo para viajar rápido por mar, así que fue hacia el primer barco que vio.
-¡Richard!
Una voz sonó a sus espaldas, se dio la vuelta y los vio. Acantha y Skar, en caballo.
-¿Qué hacéis aquí? -preguntó amenazante.
-¿¡Qué has hecho!? -Acantha saltó del caballo y empezó a dirigirse hacia él. Richard se dio cuenta que ella no le tenía miedo.
-Asuntos del emperador.
-¿Asuntos del emperador? ¿¡Asuntos del emperador!? -sacó su espada y Skar corrió a su lado, a relajarla-. ¡Has matado a gente!
-Tenía prisa -Y por primera vez, Acantha lo vio. La sonrisa que les regaló Richard no era bonita, ni una sonrisa alegre. Estaba torcida, distorsionada, Acantha vio maldad pura en los ojos de Richard.
-Richard! -Skar intentó mantener la calma-. Detente, hablemos.
-Si quieres que hablemos, que baje la espada - Richard apuntó su vara hacia los dos bandidos.
-¡Yo no pienso hablar! -Acantha dio un paso hacia Richard- Ya viví bajo la tiranía de un rey malvado. No pienso vivir bajo un emperador loco. ¡Keithl no dio su vida para que te dedicases a quemar ciudades! ¿Y todo porqué tenías prisa?
Skar miró a su esposa y vio algo mayor a la sombra de lo que fue. Acantha llevaba dos años llevando una vida tranquila. Los dos se ocupaban de su huerto, sus caballos, de una buena relación con los vecinos... Iban a veces a la costa de excursión, o por los bosques. Algunos días se entrenaban en el patio, para mantenerse en forma. Acantha se relajó durante dos años, y despertó de nuevo en ese instante. Clavó todo su odio en Richard y Skar la vio, allí parada, y pensó de nuevo en Keithl. Acantha parecía una reina y Richard un simple asesino.
-¡Richard! -Skar intentó calmar la situación- No puedes seguir así, ven con nosotros. Charlemos, relajémonos... -Notó como Acantha apretaba los puños, pero tenía que intentarlo- No queremos hacerte daño, sólo resolver esto pacíficamente. En un jui...
-¿Hacerme daño? -La arena alrededor de Richard empezó a alejarse de él, como si su cuerpo expulsase aire- ¿Juzgarme? ¡No podéis juzgar al emperador! ¡Nadie puede juzgarme! ¡Nadie está por encima de mí!
-Una mierda el emperador -gritó Acantha dando otro pasó hacia él, Skar empezaba a preocuparse. A su esposa le daba igual enfrentarse a un mago-, como si eres un dios. ¡No puedo permitir que mates a cientos de personas y te vayas de rositas?
-¿Como si fuera un dios? ¡Soy como un dios para vosotros! ¡Nadie iguala mi poder! -Sacó una piedra de la bolsa, la golpeó contra la vara y un rayo surgió de ésta, golpeando la arena y el cielo, los bosques y el mar. Skar dio un paso atrás, Acantha no se movió, no tembló- ¡Sólo yo tengo la magia!
-¡Richard, para o tendremos que detenerte! -El emperador le regaló una mueca desfigurada-¡Aunque tengamos que traer a todos los bandidos, aunque tengamos que traer a los otros magos!
De nuevo, vieron la malicia en los ojos de Richard, una sonrisa torcida. Unos aires de superioridad que no eran propios de él.
-No hay más magos... -Richard sacó otra piedra de la bolsa, y al soplarla un humo empezó a cubrirlo todo- Yo los maté. A todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario