martes, 16 de octubre de 2012

Capítulo 3: Luís no era un hombre corriente.


Su estatura, se podría decir que 1’83 era bastante aceptable. No era para nada bajo, pero nadie le repetía diariamente esa frase tan molesta: ¡Que alto eres!. Por otro lado no estaba gordo, ni hinchado, ni era de hueso ancho. Estaba musculoso, pero por suerte para él no era un armario ya que si fuera así perdería mucho encanto. Su piel era oscura, pero nada exagerado. Dientes blancos, ojos verdes, pelo castaño. Unas facciones bastante alargadas, pero no demasiado. Siempre se encontraba acompañado de trajes. Típico traje blanco y negro, trajes negros, trajes blancos, sin corbata, americanas marrones, con corbatas chillonas. En su armario sólo había infinidad de combinaciones para trajearse, y nunca lo combinaba mal. Tenía una extraña manía con sus zapatos; en el bolsillo interior de la americana siempre llevaba un pañuelo ligeramente húmedo, y con él siempre los limpiaba. Zapatos negros, marrones o blancos; no aceptaba otros colores, y sobre todo no aceptaba manchas o ausencia de brillo.
Edad física: 44 años, 3 meses y 21 días. Edad aparente: alrededor de 37 años. Se conservaba muy bien, él lo sabía y la gente que le rodeaba también. Era todo un artista en la seducción, sabía qué decir y cómo decirlo en el momento preciso. Sabía cuándo apostar por el rol de gracioso y cuándo sacar a relucir su lado filosófico. Era un caballero, de los antiguos, pero con Mustang y traje en vez de carro de caballos o armadura. Le encantaba hablar de economía, de cómo iba el país y las grandes empresas; desde pequeño le gustaba hacer cálculos con billetes y pensar cómo duplicarlos o triplicarlos, era el mejor inversor. Cuando los niños solían pasar el tiempo jugando a fútbol, saltando a la piscina o ensuciándose con los macarrones; él había pasado su infancia contando siempre el dinero de sus padres, calculando cómo ahorrar para comprar todo lo que quería. Un niño especial. Pero ahora sabía dónde debía apostar para conseguir más dinero, sin jugársela nunca. Y siempre ganaba. Por eso su empresa nunca perdía dinero. Y él era el reflejo de ese éxito, la riqueza personificada. Siempre pensó que el dinero se debe ahorrar en las empresas y gastar en la vida personal. Llevaba eso al pie de la letra, compraba coches y casas que nunca tocaba. Tenía muchos instrumentos en casa, pero no sabía hacer sonar ninguno. Le encantaba tener clase, y sabía cómo hacerlo.
Su casa era enorme, un chalet, una mansión, no sabría cómo llamarla. Tenía infinidad de habitaciones y baños, básicamente por si repetía con alguna mujer que no se aburriese de volver a ver el mismo techo. Una cocina enorme, un comedor gigantesco con un televisor espectacular. Sólo tenía un mayordomo, Alfred, inglés como no. Un mayordomo no es un mayordomo si no es inglés. Alfred tendría unos 60 años, vestía siempre un impecable esmoquin y era omnipresente. Adoraba por otra parte conservar su jardín, que estaba cuidado por Alfred por supuesto. Su jardín era básicamente césped y árboles, pero estaban distribuidos de una forma que le daban belleza. Y en la parte delantera de la casa, sus coches. Tenía muchos, pero él siempre conducía el mismo: Su Mustang.
Luís sentía un gran aprecio o incluso se le podría llamar amor por un lugar: La bolsa. Se pasaba horas en la bolsa viendo qué empresas se enriquecían. Luego, al detectarlas, las compraba. Iba apostando por más y más mercados. Cuando compraba una empresa, lo primero que hacía era despedir al director y colocar a alguien de su confianza. Luego, sólo era esperar al dinero. Dinero, bendito sea el dinero. También pasaba gran parte del día en el casino. ¿Razones? Dinero, forma divertida de aumentarlo. Y mujeres, ricas mayoritariamente. Esa vez, cuando pudo conseguir 32.000 €, visualizó una bella presa. Era bastante alta, con unas fuertes piernas y una larga cabellera dorada. Unos ojos enormes y azules y un vestido rojo que marcaban bien sus curvas. Se acercó a ella y empezó a jugar, tiró los dados.
Un 4.
- Buenas tardes señorita, ¿qué quiere tomar?
- ¿Eres el camarero? Porque no lo pareces. Si no eres el camarero, piérdete.
- No, no soy el camarero. Es usted muy observadora. Pero igualmente podría traerle una bebida.
La mujer se quedó mirándole, clavándole esos ojos brillantes y azules, después suspiró:
- GinTonic, algo bueno. Si lleva algo que no sea limón tiráselo al camarero por la cabeza.
¡Bingo!
Luis se dirigió a la barra, con paso descansado pero decidido, intercambió unas palabras de educación con el Barman y pidió un GinTonic. Una Ginebra fuerte pero sabrosa, que no precise de un acompañamiento que no sea limón. El camarero le entregó una copa de limón con la bebida y Luís decidió pedir un Dry Martini. Se dio la vuelta y se encaminó a la mujer, la cual había desaparecido. Tranquilo, sólo sería cuestión de pasearse un poco hasta que apareciese, no iba a rendirse tan pronto.
- Su GinTonic - Le dijo Luís al encontrarla al fin.
La mujer se quedó mirándole con los ojos bien abiertos, luego sonrió vergonzosamente y cogió la copa - Gracias caballero, y deja de llamarme de usted si no quieres ser tú quien acabe con mi bebida por la cabeza.
Empezaron a charlar, le dijo que se llamaba Lucía. Era joyera, tenía una joyería de lujo en el centro de Barcelona. Luís le prometió que algún día se pasaría a verla y compraría algo. No se atrevió a preguntarle por la edad pero intuyó que rondaría los 30 y medios. No llevaba anillo de compromiso, aunque en realidad a Luís eso no le importaba.
- ¿Sueles frecuentar este casino? - Preguntó Luís.
- ¿Frecuentar? ¿Quién diablos habla así? - Lucía rió y cesó la risa al sorber un poco de su GinTonic, dibujando unos labios rojos en el borde de la copa. - La verdad es que no, hoy ha sido un día ajetreado y me apetecía beber algo en un sitio distinto.
- Por lo tanto no has jugado a nada...
- No, sólo beber. - Respondió ella secamente.
- Vaya, pues habrá que acompañarlo con algo. Conozco un restaurante italiano exquisito muy cerca de aquí. - Luís estaba seguro que aceptaría tal propuesta, como solía pasar.
Lucía se quedó callada, observándole, bebió una vez más de su copa y empezó a hablar - No, cenaré en mi casa, la cual está aún más cerca de aquí. Si fuera a cenar contigo seguramente pedirías un par de botellas caras de vino para demostrarme cuánto dinero tienes y ya de paso que me ponga contentilla. Vas a tener que usar algo mejor que eso para llevarme a la cama. Eres atractivo, como seguro ya sabes y te repites diariamente  Pero ahora me apetece comerme una ensalada en mi casa, sentarme en mi sofá a mirar una película y echarme en mi cama para dormir.
Todo con un tono de voz normal, no lo elevó ni durante una sílaba. Luís estaba algo consternado, le habían rechazado alguna vez a la primera pero nunca con tanta franqueza. Cuando iba a intentar contraatacar ella le dio un beso en la mejilla, dejó su copa y se fue. "Odio que se vaya, pero me encanta ver como se va" pensó él, no recordó dónde lo había oído o leído pero le gustaba esa frase. Dudaba mucho encontrarla otro día ahí, si era cierto lo que había dicho, y no se pondría a correr ahora tras ella. Así que apuró su copa y fue a la salida. Pidió su Mustang al aparcacoches y empezó a alejarse del casino. 
Vio a Lucía en un semáforo, cuando estaba a la altura de su coche sacó la cabeza por la ventanilla y lo intentó de nuevo:
- Eso que has hecho ha estado muy feo, tanta brusquedad no es propio de una mujer tan bella.
Lucía se paró de golpe, le miró y al ver quién era sonrió ampliamente y siguió andando a ritmo pausado.
- ¿Tú nunca te rindes?
- No si me gusta lo que veo.
- ¿Podrías ser más original? - No había brusquedad en la frase, ella sabía que él estaba seguro que triunfaría, y quería restregarle que se equivocaba.
- Suelo ser muy original mientras ceno.
- Pues disfruta de tu originalidad en solitario.
Luís se tuvo que parar por otro semáforo y Lucía continuó andando, cuando se alejó decidió dejar de lado las formas y gritar:
- ¡Volveremos a vernos, tenlo seguro! 
Lucía se paró, se giró y empezó a reír tímidamente, después le saludó con la mano y se despidió mientras se alejaba:
- ¡Mañana me marcho a Estados Unidos, espero que no me sigas!
Luís esbozó una amplia sonrisa en su coche. Aceleró y se alejó de ella sin decirle nada más. Estados Unidos, acarició el billete de avión que había comprado hacía una semana mientras daba gracias a las casualidades. 

1 comentario:

  1. En esta frase: "Tenía una extraña manía con sus zapatos; en el bolsillo interior de la americana siempre llevaba un pañuelo ligeramente húmedo, y con él siempre limpiaba los zapatos." yo podría "los limpiaba", para no repetir tanto.
    "Sabía cuando apostar por el rol de gracioso", ese cuándo lleva tilde. "y pensar como duplicarlos o triplicarlos", el cómo también. " viendo que empresas se enriquecían." y el qué.
    ¡Te comes las tildes en muchos adverbios! xD


    Por lo demás, me ha gustado mucho el capítulo este, sí, sí.

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